viernes, enero 26, 2007

Bárbaros menudos

Ayer, Santos Domínguez reseñaba el libro Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro, una obra recién recuperada por Seix Barral y de la que entresecaba un par de párrafos muy jugosos. Uno de ellos hacía referencia a las turbulencias que todo nuevo niño, cuando llega, genera a su alrededor. Dice:

El advenimiento de un niño a un hogar es como la irrupción de los bárbaros en el viejo imperio romano. Mi hijo ha destrozado en veinte meses de vida todos los signos exteriores y ostentatorios de nuestra cultura doméstica: la estatuilla de porcelana que heredé de mi padre, reproducciones de esculturas famosas, ceniceros raros hurtados con tanta astucia en restaurantes, copas de cristal encargadas a Polonia, libros con grabados preciosos, el tocadiscos portátil, etc. El niño se siente frente a estos objetos, cuya utilidad desconoce, como el bárbaro frente a los productos enigmáticos de una civilización que no es la suya. Y como a pesar de su ignorancia y sinrazón, él representa la fuerza, la supervivencia, es decir, el porvenir, los destruye. Destruye los signos de una cultura ya para él caduca porque sabe que podrá reemplazarlos, desde que él encarna, potencialmente, una nueva cultura.

Quienes somos padres sabemos bien en qué consiste esa invasión bárbara, sus estragos y también sus bendiciones. Por eso, recordé al hilo del texto de Ribeyro, un poema que siempre me ha parecido que resume bien esa ambivalencia de sentimientos. Se titula Castor y Polux, es de Víctor Botas y dice así:

Para Víctor y Diego
¿Habráse visto jeta semejante,
peor educación: venir así, sin previo
aviso, sin ni siquiera el clásico ¿podríamos
pasar
? Nada
de nada: cogen,
se te plantan en casa, en plena
noche (a pares
para mayor escarnio), y ya está: se acabó
la paz.
Berrean, mil veces
se te cagan, rompen
las porcelanas, te
adjudican un mote (valiente
urbanidad la de estos mamarrachos
repelentes, monstruos): papi, papín, papilla,
papitita, papaco
.
Y tú
enfebrecido, muerto
de sueño, con dolores
de espalda, demacrado,
terminas
-¡oh eterno masoquista!-
tan jodido
y feliz
como furcia de hotel en noche de congreso.

¿Les suena?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Supongo que sí. Siempre nos gusta esta idea de que nos pasan las cosas porque sí, sin responsabilidad nuestra. Y entonces, esa visión de apocalipsis doméstico sobrevenido produce complicidades en todos los padres. Claro.tiubi