Salimos de casa pasadas ya las once. Apenas una hora más tarde estábamos en Teverga. Desde Trubia la carretera va próxima a la orilla del río y poco a poco se encajona entre montañas. El día estaba soleado y fresco. Lucían verdísimas las praderías y por cualquier torrentera bajaba el agua abundante y rápida. El Parque de la Prehistoria está camino de Puerto Ventana. Sus construcciones se hallan semienterradas, con tejado vegetal. En lo que llaman cueva de cuevas se pueden contemplar tres reproducciones o facsímiles de otras tantas grutas paleolíticas: Tito Bustillo y Candamo, ambas asturianas y enclavadas, respectivamente, en el oriente y centro de la región, y Niaux, del Pirineo francés. De la primera destaca su policromía. De la de Candamo se representa su afamado camerino, un auténtico altar a un dios equino con piel de óxido. En la francesa brilla el esquematismo de sus dibujos, su apariencia de apunte proteico al carboncillo. El espacio museístico destinado a la interpretación del arte rupestre es ameno, está bien documentado y se completa con algunos otros paños de pinturas que reproducen los dibujos más significativos de Santillana o Lascaux. Conviene, por tanto, hacer una visita demorada de esta aula educativa tan bien arropada por imágenes e información. En Teverga, comimos pote, cordero y arroz con leche. Nos acercamos luego a la Colegiata, que nació románica y fue creciendo con añadido de estilos y volúmenes a medida que transcurrían los siglos. Tiene unos hermosos capiteles en su interior y un Cristo románico restaurado recientemente y que al parecer guarda en su interior, a modo de relicario, un montoncito de arenas del desierto del Sinaí. El claustro de lo que fue monasterio se levanta sobre un humilde columnario de madera que amenaza ruina. En la sacristía se guardan dos momias del siglo XVII. Padre e hijo. Señor y abad inquisidor. Tienen por rastro de piel un pergamino terroso. Colocadas una sobre otra. Abajo se sitúa el padre que fue terrateniente del lugar y yace con ropas modestas y rostro como de incinerado pompeyano. Sobre él, el féretro acristalado con los restos de su hijo, vestido con harapos eclesiales. En su boca abierta, que tal parece que implora unas briznas de aliento, se conservan un par de dientes fosilizados. Al volver a casa, mi hijo me preguntaba qué hay después de la muerte, qué puede haber si no late el corazón, el cerebro no piensa y el tiempo nos deshace.
1 comentario:
Sentimos una cierta fascinación mezclada con algún rechazo por las momias. Es como si se hubieran quedado a medio camino entre este mundo y el otro.
Saludos.
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