Esta cotidiana aplicación con que afronta el trabajo a esa edad rayana ya con el retiro. Esas ganas que aún le pone a todo cuanto hace. Ese afán con que todavía se esfuerza en aprender sobre cualquier cosa. Dicen quienes a diario asisten a ello que todo eso no sólo es una muy honrada manera de ganarse el pan, sino, sobre todo, una envidiable evidencia de que aún se siente joven y ágil. Por mi parte, tal vez porque me pueda una intuición maliciosa que me inclina a ver sin tanta generosidad ese torbellino laborioso, sospecho que con él no se persigue sino la fatiga, ese íntimo narcótico que nos insensibiliza hasta el recuerdo mismo de sabernos irremediablemente viejos.
4 comentarios:
¡Qué tema tan interesante! Conozco jóvenes que para obtener la misma fatiga adormecedora usan otros caminos químicos.
Un abrazo
A veces y en este puñetero mundo, se ven pocos seres con ese afán aún siendo jóvenes,pero cuando están rayando el retiro, los que conozco y los que descubro, me dejan admirada y les envidio. No hay persona que admire más, que la que muere con las botas puestas y siempre sabiendo ir adelante, por más duro que se muestre el camino.
Saludos
Supongo, Alexandrós, que esos jóvenes más que perseguir esa suerte de olvido a la que la entrada alude, esparcen niebla, borran contornos, suavizan aristas. Todo inútil. La vida no se difumina, se afronta.
Un abrazo.
El post, Casa Encendida, no resta mérito al trajín, que lo tiene porque hay en él rebeldía, amotinamiento. Siempre es bueno no resignarse a lo que nos mata.
Un fuerte abrazo.
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