A Mati y Toni, que lo hicieron posible.
La mañana del domingo oí música sefardí en al radio. Era una canción triste. Supongo que por si misma suficientemente hermosa y conmovedora. Y aún así pensé que sólo se podría disfrutar del todo aquella música sabiendo cuál era la historia de esa lengua que el milagro de la nostalgia ha conservado como en el pasado, cuáles los motivos que inspiraron la pena de lo que se cantaba. El viernes a la noche el recital de Tachia en el Antiguo Instituto Jovellanos fue también un poco como esa música sefardí. Si alguien hubo allí que nada sabía de quién recitaba o de lo que se recitaba, seguro que al menos le pareció lo visto elegante, intenso y bello. Pero si algo se conocía antes sobre Blas de Otero, sobre Tachia, el gozo hubo de ser entonces mayor, mucho mayor. Tachia nació en Eibar y le pusieron María Concepción y la conocieron luego por Concha Quintanar. A los veinte años Blas de Otero la bautizó de otra manera, como Tachia. Con este nombre aparece en algunos poemas:
Larga es la noche, Tachia. Oscura y larga
como mis brazos hacia el cielo. Lenta
como la luna desde el mar. Amarga
como el amor: yo llevo bien la cuenta.
Larga es la noche, Tachia. Oscura y larga
como mis brazos hacia el cielo. Lenta
como la luna desde el mar. Amarga
como el amor: yo llevo bien la cuenta.
Tachia vive en la capital francesa desde 1958, allí ha impulsado la cultura y los versos de España, allí se ha hecho militante de la poesía –le gusta que así la consideren-. Lleva tiempo ahora empeñada en devolverle relevancia a la "figura injustamente olvidada" de Blas de Otero. Recitó el viernes una selección de veinticuatro de sus poemas. Paso a paso, verso a verso. Un espectáculo que cuenta con la dirección artística de Edwine Moatti, que se estrenó en 2006 con motivo del noventa aniversario del nacimiento del poeta vasco y que ha paseado ya por multitud de escenarios. "Hago todo lo que puedo para difundir su poesía. Es una gran injusticia que aún no se hayan publicado sus obras completas. Reducir su obra sólo a su etapa de poeta social es una idiotez como una casa. Blas ha sido silenciado por la derecha, a quien nunca le interesó un hombre que siempre defendió la justicia social y reducido por la izquierda a la mera categoría de un poeta de protesta».
Cuando Tachia llega a una ciudad con sus versos, a los cronistas del lugar les gusta presentarla como la novia joven de Blas de Otero, como el apasionado amor de Gabriel García Márquez, quien le dedicó la versión francesa de El amor en los tiempos del cólera. Pero no se habla sin embargo de quien fue su marido casi cuarenta años. Será quizás porque los ingenieros tienen escaso pedigrí literario. Pero nadie olvide que con él compartía aquella casa en París abierta siempre a los poetas, a los pintores, a los juglares.
Fue presentada y se apagaron las luces. Subió a oscuras al escenario. Una hermosa mesa de madera sobre la que había libros, discos y una lamparita de luz suave. Un sillón rústico con el asiento de paja en el centro de las tablas. Una vela roja encendida sobre una palmatoria al otro lado. Recitó durante una hora. Fue encadenando los versos de Blas de Otero como quien habla suave y convencidamente de la vida de un hombre al que se conoce bien, al que se respeta y se quiere. De su infancia en el Bilbao beato de los años veinte. De su juventud atormentada por la fe, por la muerte del padre y el hermano, por la guerra. De su amotinamiento contra la España gris e injusta que vino más tarde. De sus amores. De sus miedos. De la muerte. Lo hizo una mujer de porte esbelto, de pelo corto y cano, de palabra clara y de facciones bellas –cómo hubieron de serlo años atrás si aún hoy, a sus ochenta años, sigue seduciendo la puñetera-. Una mujer que lo dijo todo sin exceso alguno, con sosiego. Alegre en el verso dichoso, seria en el doliente, pero siempre con gesto preciso, sin arrebatos, sin gritos.
Y se oyó también, casi cerrando el acto, la voz del propio Blas de Otero recitando. Es verdad que resulta emotivo escuchar a quien se homenajea y está desde hace casi veinte años muerto. Pero me pareció que sus poemas sonaban mejor, parecían incluso más de todos, en la voz de Tachia. Nunca han dicho bien su propios versos los poetas.
Se la aplaudió larga y sinceramente.
Tuve la fortuna de compartir con ella mesa y mantel más tarde. Confesaré un secreto, en un pequeño y viejo restaurante próximo a la estación de tren, en el reservado de un comedor rancio pero entrañable, casi a las dos de la mañana, Tachia volvió a recitar. Para entonces sólo ocupábamos el lugar los que habíamos cenado a su lado y quienes en otra mesa próxima mantenían una charla animada y ruidosa. Esa mujer elegante se levantó e hizo el silencio con tan sólo echarse un foulard al cuello. Por un momento pensé en Isadora Duncan de pie, cogida apenas a la luneta frontal de un descapotable rojo, desafiando la velocidad y la noche, dejando tras de si la estela de un pañuelo al viento. Tachia extendió el brazo, la mano, los dedos largos y expresivos, y dijo los primeros versos del Romance de la pena negra.
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
Huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas
Buen viaje, Tachia.
11 comentarios:
Hermoso. Aquella época. La voz rota de Paco Ibáñez ("¡a cabalgar, a cabalgar!..."). Mi primer libro de versos y una huella imborrable: Ángel fieramente humano. Aun hoy, de tanto en tanto, leo alguno de sus poemas. Me siguen estremeciendo, quién sabe si por la palabra o por aquel tiempo. Quizá sean lo mismo.
Gracias.
Un fuerte abrazo.
Jooder... La columna de La vida de los otros sí que la inspiraste, de alguna manera, tú, pero esto ya no: esto sí que es una gran casualidad. Acabo de colgar en el blog la columna que publico mañana en el periódico, y ahora te visito a tiempo de leer tu hermoso final.
Y buscando la canción del poema, antes hice tiempo escuchando a Ibáñez -su Julia, su reputación y su galope:
http://www.youtube.com/watch?v=-Rt2E5slIss
Por cierto: feliz y bellísimo comentario en tan pocas líneas, FPC.
Chapeau!
Un abrazo.
No es la primera vez, ni la segunda, que nos trasladas tu singular crónica de hechos como este. Y qué bien lo haces, puñetero.
Un abrazo.
Rayuela: eres un maestro
Un abrazo
Me hubiera gustado estar allí.
La foto dice mucho de ella.
Saludos
FPC, Manuel: Tachia es muy amiga de Paco Ibañez. Ha compartido con él escenario en algunas ocasiones. Así que vuestros comentarios, en los que recordáis la figura del cantante, son no sólo oportunos por haber incluído éste en su repertorio poemas de Blas de Otero, sino porque, entre otras muchas cosas, el poeta bilbaíno ha unido a Tachia y a Paco Ibañez, con el que uno, al cabo del tiempo, sigue emocionándose como el primer día, del que, además, mi hijo habla a veces como si lo conociera, refiriéndose a sus canciones como a las de Paco, sobre todo a aquélla maravillosa del Lobito bueno que tanto le cantamos de pequeño. Por cierto, hace años asistí a un recital que dieron conjuntamente en el Jovellanos de Gijón Paco Ibañez y José Agustín Goytisolo. Le comentaba yo a algunos amigos el otro día que dos de las voces en las que yo he oído decir mejor la poesía son las de Tachia y la del propio Goytisolo. Ambos sin afectaciones. Sobriamente.
FPC, como en lo referido respecto a la música sefardí, la cultura, que es vivencia, nos ofrece la posibilidad de ver todo en tres dimensiones. Esa perspectiva es la que te permite el estremecimiento del que tan acertadamente hablas.
Manuel, casualidades hay pocas. Sí, en cambio, hay afinidades. En ellas nos andamos encontrando últimamente. Y me alegra.
J. eres muy generoso (e hiperbólico en esta ocasión, casi no te reconozco -siempre tan contenido-). Es siempre un placer saber que andas al otro lado de estos diarios.
Amart, pero ¿se puede saber por dónde andaba, puñetero? Nos tenía en ascuas con su silencio bloguero.
Alexandrós, la referencia no son estas entradas, está en otros cuadernos, en otras rutas.
Luna, y bien que nos hubiera gustado verla por allí, y conocerla, y hasta que compartiera con nosotros mesa, que su charla, como sus comentarios, debe de ser siempre amena.
Un fuerte abrazo a todos.
"Hace años asistí a un recital que dieron conjuntamente en el Jovellanos de Gijón Paco Ibañez y José Agustín Goytisolo".
Qué envidia, y qué nostalgia ya.
Qué bonito, DR, y qué envidiable.
Un abrazo.
Gracias Porto.
En efecto, Manuel, hoy ya no sería posible el mismo encuentro.
Un abrazo a ambos.
Compartir una velada con personajes tan singulares tiene que ser una experiencia tremendamente aleccionadora
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