Unas entradas atrás, he colgado una foto que alguien me tomó mientras leía —nos tomó, también está leyendo a mi lado J.—. Como foto no da para mucho. Como recuerdo tengo la intuición de que dentro de unos años me parecerá —nos parecerá— un recuerdo entrañable. Un viaje que no salió mal, una casa en la que estuvimos a gusto, algunos momentos especialmente placenteros. La constatación, en fin, de que los paraísos perdidos no son más que el tiempo ido. Y que puesto que somos el tiempo que nos queda, según acertada definición de Caballero Bonald, siempre será posible volver a transitarlos y a compadecernos, eterno argumento literario, del rastro que nos dejaron esas visitas edénicas.
En esa foto tengo en las manos un volumen de bolsillo que reúne los cuentos de Kjell Askildsen. Se titula Todo como antes. En los primero relatos, quizás los mejores, los protagonistas son viejos, personajes que sobreviven acostumbrándose ya casi a la muerte. En los cuentos finales se narran sucesos aparentemente intrascendentes en la vida de distintas parejas, acontecimientos rutinarios que sin embargo son como gotas que colman el vaso del tedio, del rencor apenas oculto, de la infelicidad que lastra a todos los personajes. No hay a lo largo del libro un momento alegre, ni sitio para el amor, no existe la compasión. Todo es deliberadamente frío y aséptico. Hasta el deseo se desvela como una sensación vergonzante. Todo se dice con el menor número de palabras. Y ello, que viene bien a la manera en cómo se pretende reflejar el mundo, termina, no obstante, generando cierta desazón tras algunos finales. Askildsen esboza, como en los cuadros de Hopper, un ambiente y algunos indicios para una historia. En las pinturas del americano eso basta para generar una bien urdida sensación de desamparo. En los cuentos del noruego, su laconismo se nos antoja excesivo, como de un Hopper exhausto al que hasta el dibujo le fatigara. Será tal vez que padezco una suerte de horror vacui. Por eso se escriben estas cosas. Por eso nos revolcamos tan a menudo en los recuerdos. Por eso guardo en álbumes mis fotos. También esa en la que leo a Askildsen.
En esa foto tengo en las manos un volumen de bolsillo que reúne los cuentos de Kjell Askildsen. Se titula Todo como antes. En los primero relatos, quizás los mejores, los protagonistas son viejos, personajes que sobreviven acostumbrándose ya casi a la muerte. En los cuentos finales se narran sucesos aparentemente intrascendentes en la vida de distintas parejas, acontecimientos rutinarios que sin embargo son como gotas que colman el vaso del tedio, del rencor apenas oculto, de la infelicidad que lastra a todos los personajes. No hay a lo largo del libro un momento alegre, ni sitio para el amor, no existe la compasión. Todo es deliberadamente frío y aséptico. Hasta el deseo se desvela como una sensación vergonzante. Todo se dice con el menor número de palabras. Y ello, que viene bien a la manera en cómo se pretende reflejar el mundo, termina, no obstante, generando cierta desazón tras algunos finales. Askildsen esboza, como en los cuadros de Hopper, un ambiente y algunos indicios para una historia. En las pinturas del americano eso basta para generar una bien urdida sensación de desamparo. En los cuentos del noruego, su laconismo se nos antoja excesivo, como de un Hopper exhausto al que hasta el dibujo le fatigara. Será tal vez que padezco una suerte de horror vacui. Por eso se escriben estas cosas. Por eso nos revolcamos tan a menudo en los recuerdos. Por eso guardo en álbumes mis fotos. También esa en la que leo a Askildsen.
4 comentarios:
Me parece muy afortunado comparar a ese pintor y a ese escritor, y también lo que mencionas del cansancio de Hopper para el dibujo, pues los cuentos del escritor noruego ya no quieren ir más allá, son esbozos, planteamientos, como señales, pequeños hitos, como gestos en una cara fatigada.
Gracias, Francisco, por completar tan acertadamente la explicación de las sensaciones que me produjo la lectura de Askildsen, a quien descubrí, por cierto, en tu blog, después de que le dedicaras a este libro que aquí se glosa un magnífico post. Hace tiempo, Santos Domínguez, en feliz expresión, llamó ósmosis a este enriquecimiento mutuo que las bitácoras nos aportan.
Un abrazo.
Y sin embargo, me gustó desde que lo descubrí. Es cierto lo que dices sobre el laconismo excesivo que, a veces, sólo se queda en eso, pero me divierte su aire de viejo cascarrabias, su humor cruel, su visión cínica, la desolación del mundo que nos narra y que nos va creando una sensación de desamparo, como si nos enfrentáramos a un mundo postapocalíptico.
Un abrazo.
Mis sensaciones, Miguel,fueron un poco esas que conté. Leía con interés los cuentos y, sin embargo, me dejaban un desasosiego que no era sólo fruto de lo que se narraba, sino también formal, por cómo se le daba término. O no se la daba.
Gracias por tu visita y tu aportación, siempre tan valiosa.
Un abrazo.
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