viernes, septiembre 10, 2010

Entre la elegía y la contraelegía

Contraelegía,
de José Emilio Pacheco

Mi único tema es lo que ya no está
Y mi obsesión se llama lo perdido
Mi punzante estribillo es nunca más
Y sin embargo amo este cambio perpetuo
este variar segundo tras segundo
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.
Quizás deba ser así. Quizás no quede otra que aceptar esos silencios prolongados. Esos monosílabos. Ese distanciamiento hosco a que les obliga el hacerse hombres o mujeres. Quizás haya que resignarse a que ha pasado el tiempo de pasear sintiendo entre las nuestras una mano más pequeña. Que ya no será posible la emoción de que se nos arrojen al cuello inesperadamente y con una alegría que nos volvía irremediablemente felices. Que ya no volverá acaso el runrún de su cháchara interminable y atropellada, contando y preguntando, haciéndonos partícipes de la sorpresa y confiando en que podríamos explicárselo todo. No sospechaban entonces ellos, ni tampoco queríamos aventurarlo nosotros, que llegaría un día en que tendrían en tan poco ofrecimientos, consejos y respuestas. Pero llegados aquí, y resignándonos a que en nada hay retorno, debiera uno al menos confiar en la eventualidad de esa metamorfosis dolorosa que supone la pubertad y tiene por edad la adolescencia. Lo más difícil de este tiempo, me temo, es acertar con la distancia. Ni tan cerca que se impida batir las alas, ni tan lejos que no se esté a tiempo de remediar la bisoñez del vuelo. Parece razonable el propósito, suena incluso bien, pero no deja de ser una frase acostada sobre un papel. Ponerla en pie y echarla andar es lo difícil y lo único que cuenta. Queda entre tanto la tarea de acostumbrarse a la mudanza y a pensar que de otro modo la vida sería piedra.

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