Ya sé que son sólo canciones. Viejas canciones con las que se conjura muy de vez en cuando el olvido. Pero qué seríamos sin ellas. Sin su memoria. Sin ese sustrato de rimas que nos hiberna por dentro esperando el calor de las copas y el tabaco compartidos.
La noche engendra música. A su imán
acuden las canciones memoriosas, el piano
desafinado, la guitarra ya casi polvo, el violín
comido por los años, las maracas que suenan
como los huesos.
La sangre tiene razones
que hacen engordar las venas.
Pena sobre pena y pena
hacen que uno pegue el grito.
La arena es un puñadito...
Pero hay montañas de arena.
La noche engendra música. A su imán
acuden las canciones memoriosas, el piano
desafinado, la guitarra ya casi polvo, el violín
comido por los años, las maracas que suenan
como los huesos.
José Emilio PachecoQuien no recuerda las canciones de su vida, quien no las entona en los instantes exaltados de amistad y alegría, es como si hubiera perdido para siempre cualquier rastro de los cuentos de su infancia. Porque cuando los años nos van cambiando, volviéndonos en apariencia más sabios, pero irremediablemente más distantes, las canciones que no se nos borran del alma, hablan de lo mejor que fuimos, de lo que aún podríamos volver a ser con sólo rascar la desencantada cal del tiempo.
La sangre tiene razones
que hacen engordar las venas.
Pena sobre pena y pena
hacen que uno pegue el grito.
La arena es un puñadito...
Pero hay montañas de arena.
Atahualpa Yupanqui
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