Así concluye su poema Contra la codicia Rafael Argullol (un homenaje al farmacéutico jubilado griego Dimitris Christulas):
(...) Y falta ya muy poco
para que también la libertad
nos sea arrebatada
por el amor a la codicia,
que parece ya el único amor permitido.
O eso es lo que cree
ese hombre que amenaza sin ira a un edificio
—ese hombre que me recuerda a mi padre anciano—
mientras entona una acusación a los espectros:
"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Y eso mismo es lo que cree
Dimitris Christulas, la mano apretada en la culata,
al observar la plaza Syntagma, centro de Atenas,
situada tan sólo a unos kilómetros
del corazón antiguo, la Acrópolis,
donde hace exactamente 2.454 años
se representó por primera vez Antígona,
y el hombre cantó a lo más elevado de sí mismo:
"Muchas cosas hay portentosas,
pero ninguna tan portentosa como el hombre"
proclama, en el teatro, el coro de ancianos.
Dimitris Christulas dispara.
Al caer se lleva consigo un retazo
del azulísimo cielo de Grecia.
2 comentarios:
Espléndido "poema-manifiesto". Qué quieres... en su género lo prefiero al un tanto encorsetado panfleto que le dedica Gunter Grass a la tragedia palestina
Lo de "enconsertado", querido R., es demasiado generoso. Al margen de la pertinencia del contenido, el poema de Grass, como artefacto literario, era un auténtico despropósito.
Un abrazo.
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