Nunca más te rías como las hienas: ufanamente
jocoso de la desdicha o el aspecto de los infelices. Que no se cebe jamás tu
sarcasmo con las mellas de sus semblantes, con sus maneras vulgares o sus dispares
galas, con sus voces cuando tropiezan asustadas por la responsabilidad o por el
miedo, con su precipitación y sus torpes caídas, con esas desventuras que tan
reiteradamente los acechan, torciéndoles el camino, la suerte, la salud o la
vida. Guárdate de la ironía con los
humildes, con el error, la diferencia, con el infortunio o el entusiasmo que tu soberbia da por estéril. Te lo dice el esclavo de un césar que recorre
las calles de Roma el día de su coronación. Un esclavo acuclillado en la cuadriga de su amo. Un esclavo escondido de los vítores que le guarda el laurel al emperador al tiempo que le recuerda su condición humana y su existencia mortal.
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