1
Tengo bastante desatendidos estos diarios. Cuando vuelvo a ellos, me cuesta dar con el tono. Al pasar los días sin tocarlos,
se parecen a un instrumento que precisa afinación. Debe primero encontrarse el
sonido no distorsionado, el acorde correcto, la armonía que nos devuelva la
música de otras veces. Y no es fácil. Un poco como cuando dejamos de ser felices, o de amar. Hay
prácticas que para nuestro bien necesitan de constancia.
2
Buen libro el Diario de invierno de
Auster. No parece el dietario de un escritor. No se recrea en las glorias,
amistades y fastos de la farándula de los escrivas. Se hunde más bien en la miseria de
la enfermedad, de las relaciones familiares, de los lugares angostos donde se
residió con apuros. Lo explica bien el autor en una entrevista: “Es un libro sobre mi vida física, sobre el
proceso de crecer y envejecer, sobre mi vida interior. Por eso no hay
referencias profesionales, ni siquiera hay referencias a amigos, poetas o
escritores. Traté de introducir esas cosas pero no funcionaba. Hay una coherencia
entre lo que hay dentro y lo que he dejado fuera. Nuestra vida física empieza
en el interior de nuestra madre, por eso hablo bastante de ella. Hay un
recorrido a través de las casas en las que he vivido, porque alojan nuestro
cuerpo y hay referencias a todas esas cosas que hacen sentir que nos
transformamos físicamente”.
3
He descubierto en la habitación
de mi hijo un llavero con la bandera cubana y el famoso retrato que Korda le
hizo al Ché. El hallazgo me dejó más satisfecho que preocupado, lo que una vez
repensado me dejó más preocupado que satisfecho.
4
Volvió de sus vacaciones una compañera . ¿Qué contó de Lisboa sobre cualquier otra
cosa? El tiempo que hacía y lo que allí comió. Será, quizás, que para esos
asuntos la audiencia siempre es receptiva. Harina de otro costal hubiera sido,
si fuera que de ello trajese acopio, que la viajera narrara las
impresiones de la luz última de los días sobre las colinas lisboetas o que
diera noticia de qué le pesa al observador en el alma traqueteada por los
viejos raíles del tranvía o henchida de vino verde en una terraza que mira al
Tajo. Decía Savater que para llorar se debe uno esconder en un rincón donde
nadie le vea, pero para reír se necesitan cómplices. Con la memoria de los
viajes pasa algo parecido: para lo que en ellos fue inaprensible riqueza
interior —dicha o espanto— es bueno el recato de la reflexión o el apunte
manuscrito. Lo que tuvieron de fiesta, de postal, de sol, mantel y copa, más
propio parece, en cambio, para compartirse en charla distendida.
5
Tertulia cazada al vuelo.
Un economista —que se define como liberal, por más señas— defendía el rescate
económico de España. ¿Argumentos? La troika que gobernase entonces (BCE, Comisión
Europea y FMI) tomaría la “sabia” decisión de cargarse la organización
territorial de España. Vamos, que el sagaz tertuliano liberal, sin que nadie
contradijera su prurito rescatador (lo que nos pone en la pista de que los
demás contertulios compartían su criterio), defendía, nada más y nada menos,
que un golpe contra la soberanía y la constitución a cargo de un triunvirato no
de Bruselas, sino de Pavía.
6
Caxigalin(e)a: Era mucho más que goloso, era incluso guloso.
3 comentarios:
Un gusto cardinal... Abrazos.
Pues no deberías descuidarlos... su nombre aparece en mi barra de favoritos y de vez en cuando pincho: da tristeza ver que no se han movido desde la última vez. Y mucha alegría, en cambio, cuando hay textos jugosos como hoy.
Un abrazo.
Me ha coincidido también a mí, hoy, después de tanto tiempo, pasar por aquí.
Un abrazo.
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