Albada
Camino al amanecer por la orilla de la ría.
El vuelo tempranero de las aves
deja una salpicadura de tinta en la niebla.
Cerca del arenal,
una barca permanece muy quieta,
como sorprendida en el estraperlo del silencio
por la luz remota de un sol de aduanas.
Las casas de la playa se defienden del frío
con vivos colores en sus muros,
arden hacia afuera como faros
y queman el ramaje aterido de todos los jardines.
Así despertamos a los días más desapacibles:
con el sueño aún atado a un mástil de calor,
como ulises temerosos de los ruidos de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario