Rescato una de las fotografías
que tomé ayer por la tarde. Después de la inacabable lluvia caída a lo largo y
ancho de las dos últimas semanas, hizo, por fin, un día espléndido. Subí hasta
la Providencia. Había pleamar y oleaje. Caminé por el sendero que lleva a la
playa de Serín. El temporal ha arrojado sobre ese camino troncos, barro y
piedra menuda. Ya abajo, retumbaba el océano. Sobrecogía el
estruendo. Por allí anduve hasta que se fue poniendo el sol. Iba desplegándose,
poco a poco, un naranja plácido en el cielo que parecía quitarle importancia a
la mala mar, bajarle de algún modo los humos. A lo lejos, la casa erguida sobre la Colina
del Cuervo tenía a esa hora un aire hopperiano: por sus ventanas entraba la
soledad a raudales.
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