A la altura de las
últimas casas del pueblo, un viejo caminaba decidido hacia los acantilados. Las luces de mi auto lo fueron
alcanzando sin que ni tan siquiera se volviese a ver quién lo sobrepasaba. Junto al faro aún era de noche. Noté frío. Monté la cámara y esperé
paciente el amanecer. Los días anteriores el cielo se había incendiado al alba. Esa mañana, sin embargo, sobre la bonanza del mar, apenas brillaron unas ascuas
tenues en el horizonte. Fue un despertar apacible y discreto. Apaciguado. Cuando el viejo llegó también
al faro, la linterna boqueaba como un pez fuera del agua. Abarcó despacio toda la costa mientras se retiraba la
penumbra. Recuperó el aliento
y volvió después sobre sus pasos. Mis fotografías entonces, como si mantuvieran la mirada quieta del viejo, se confortaron en la continuidad del mundo.
5 comentarios:
Emilio Amor te diría que has alcanzado la simbiosis entre la poesía y la prosa. Juan Garay te preguntaría que si es para el próximo número de Ágora. Bonhome, sin duda alguna, vería tras esos renglones el poso de la literatura, Arlé exclamaría"¡Pero qué guapo, qué pluma -con perdón-) y Gimi lo pillaría para In Campo Aperto... Yo, que apenas soy nadie, simplemente te digo que me ha gustado mucho, aunque hay una frase que me queda "como en" anacoluto. Plas, plas, plas (onomatopeya de aplauso) Besos y gracias.
Seguramente tienes razón y las que detallas serían las reacciones de nuestros amigos ante esta entrada. Falta la de Mar Braña, que posiblemente fuese un juego de palabras. Uno de esos brillantes juegos de palabras a que nos tiene acostumbrados y que uno ha echado mucho de menos en los recientes encuentros organizados en la Biblioteca. Un abrazo.
Sin palabras. Me he quedado sin palabras
Buenas noches
De todo corazón. Es un texto bellísimo
Un abrazo
Obrigado.
Publicar un comentario