Cerca de las casas del molino, en la humedad y murmullo del riachuelo, se suele estar bien a solas. Pasan pocos caminantes; de vez en cuando, algún ciclista que brega contra el barro del sendero. Saludo con aires de propietario la ocasional presencia de esos extraños. Instalado con mi cámara y mi trípode en un territorio en el que me muevo a gusto, confiado. Pendiente sólo de este huerto de hojarasca del que arranco hoy un pequeño fruto de otoño.
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