Estas algo torpes maneras impresionistas con que me acerco a los
paisajes, cargando con caballete y objetivos, persiguen que las
imágenes tomadas tengan un vago aire de pinturas. Que las estaciones se fijen sobre
el grueso gramaje de un cartón con una permanencia consoladora. Que esta costa disuelta en la
trementina del ocaso se encastille en su bonanza más allá incluso de los días en
que las marejadas de los inviernos se baten contra cualquier acopio de memoria
apacible.
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