martes, noviembre 04, 2014

Los bárbaros

Aquellos bárbaros de Cavafis, aguardados en la esperanza de que el mundo tomaría quizás con ellos otro rumbo, pero que finalmente no sólo no atravesaron las fronteras, sino que incluso nunca llegaron a existir, tienen hoy la apariencia de una afirmación plural, de un podemos convencido que golpea en las aldabas de nuestras puertas. En los límites del país, los sacerdotes están levantando alambradas con sus sermones, con sus advertencias rematadas por cuchillas que tienen por objeto no tanto impedir la invasión de los que llegan como disuadir a los que desde dentro están dispuestos a echarles una mano cuando intenten el asalto final. Los bárbaros resultan amenazantes porque ciertos viajeros cuentan que sus costumbres son primitivas; su lengua, rudimentaria; su justicia, cruel; y sus generales, sangrientos. Son gente, dicen, habituada a la intemperie y, por tanto, soberbiamente fuerte. Sin miedo y con mirada decidida. Que reniegan del refinamiento, recelan de las leyes y no adoran a dios alguno, sino que temen tan sólo el poder caprichoso de la naturaleza. Todo eso cuentan de ellos quienes viajaron como cronistas en las filas de los ejércitos que aseguran nuestras fronteras. Todo eso y que ahora los bárbaros están cerca. Desde el interior hay quien ve en este mundo en paz demasiadas grietas de miseria; la rutina del expolio a manos de los senadores; el poder terrible del oro acumulado; el reparto injusto de las cosechas; la desesperanza de los muchachos y la mentira interesada de todas las noticias que se propagan. Por eso se cuenta que en las tabernas, las escuelas, los mercados y hasta en los vomitorios de los estadios, los bárbaros despiertan una desconcertante simpatía. La esperanza de que en el filo de sus espadas se refleje cuando lleguen el miedo de quien gobierna con torpeza o de quien esquilma sin remordimiento, la esperanza de asistir a esa humillación aun a riesgo del ciego impulso con que suele manejarse toda arma y de la extraña resignación con que parece aceptarse la incertidumbre de un gobierno desconocido. Pero tarde o temprano tenían que llegar los bárbaros. Hace tiempo que los césares trasladaron sus palacios muy lejos de las ciudades. Hace tiempo, también, que las ciudades se convirtieron en un redil de apatía.



Esperando a los bárbaros, de Konstantino Kavafis

¿Qué esperamos agrupados en el foro?
Hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué inactivo está el Senado
e inmóviles los senadores no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes votarán los senadores?
Cuando los bárbaros lleguen darán la ley.
¿Por qué nuestro emperador dejó su lecho al alba,
y en la puerta mayor espera ahora sentado
en su alto trono, coronado y solemne?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Nuestro emperador aguarda para recibir
a su jefe. Al que hará entrega
de un largo pergamino. En él
escritas hay muchas dignidades y títulos.
¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores visten
sus rojas togas, de finos brocados;
y lucen brazaletes de amatistas,
y refulgentes anillos de esmeraldas espléndidas?
¿Por qué ostentan bastones maravillosamente cincelados
en oro y plata, signos de su poder?
Porque hoy llegan los bárbaros;
y todas esas cosas deslumbran a los bárbaros.
¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores
a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?
Porque hoy llegan los bárbaros
que odian la retórica y los largos discursos.
¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros.)
¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no llegan los bárbaros.
Y gente venida desde la frontera
afirma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
Quizá ellos fueran una solución después de todo.


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