martes, abril 11, 2017

El Rastro

Tenía ganas de Rastro. Tantas veces acompañando a Trapiello en sus diarios por las cuestas de este mercadillo. Tantos tira y aflojas con traperos y gitanos, con libreros de viejo, con competidores en pecios. Iba cámara en ristre pendiente de todo, como un perdiguero. El día era espléndido. La gente desfilaba plaza de Cascorro abajo como en una manifestación sin prisa. Pero lo mejor se lo encontró uno a los lados y en paralelo a la Ribera de Curtidores: en Arniches, en Mellizo, en Río Baja… Las imágenes religiosas barnizadas, las muñecas con ojos de porcelana, la ropa militar vencida, las vajillas melladas, las cristalerías sucias, los libros de saldo, las enciclopias arrumbadas por el tiempo y las revoluciones, las fotografías de difuntos, los vinilos rayados y las postales rancias de La Cibeles y Neptuno.

Me pregunto cuánto tiempo se precisará para empadronar el alma en este zoco inmenso, para volver familiares los rincones que empezaríamos a dar por nuestros si, domingo tras domingo, hallásemos en ellos un motivo irrenunciable para volver sobre los pasos dados una semana antes; cuánto para trabar afecto mutuo con quien vende y no sólo ofrece género valioso, sino también palabra de ley. No llegaré a saberlo. Sólo soy un tipo de provincias de paso por Madrid. Sólo tengo unas horas para tomar el pulso a la circulación de estas arterías que en algunos tramos son más de trueque que de compra y venta, y es allí justo donde el celo por lo que el tiempo se empeña en proscribir tiene la recompensa de una querencia irrenunciable, la de quien en la placenta del pasado encuentra el calor de un sueño: la  modesta inmortalidad que quisiéramos también para todo lo que amamos.

"Hay rastros en París, en Lisboa, en Londres, en Roma. No hay ciudad desarrollada donde no haya un lugar que dé salida a esa clase de mercancías descabaladas, descatalogadas, difíciles de apreciar y a las que, por ello, es difícil poner un precio. De ahí que, en el Rastro, el regateo no sea algo caprichoso o accidental para pagar menos; el regateo es como una mayéutica, el modo de llegar a conocer la verdad, a saber, el verdadero valor de eso que en principio tenía un valor dudoso. En el Rastro lo importante no es el precio, sino el valor, y no confundir valor y precio.

Lo valioso... ¿qué entendemos por valioso? La mayor parte de las cosas que podamos encontrar en el Rastro no son en absoluto valiosas para la inmensa mayoría. La inmensa mayoría no querría tener en su casa algo que de una u otra manera se ha escapado a la muerte, que viene de un muerto, que vaya usted a saber de dónde viene. Lo valioso en el Rastro es a menudo algo a lo que le damos valor nosotros, que revalorizamos.

El Rastro está lleno de lugares comunes. El primero de ellos es creer que la mayor parte de lo que allí aparece es cochambre. El segundo, suponer que la gente que se dedica a vender son gitanos astutos, dispuestos a engañarte, pícaros, ladrones de guante sucio... Los dos son falsos, a mi modo de ver. Lo importante en el Rastro no es lo que compras (y a veces, en efecto, se encuentran cosas en verdad interesantes: yo, por ejemplo, no habría podido escribir Las armas y las letras, de no haber encontrado durante 20 años cientos de libros raros, inencontrables, ajenos al mundo universitario), sino lo que no se vende: las historias y cosas que oyes a unos y otros (las mejores frases del Rastro son tan buenas como las mejores del mejor moralista), y las cosas insólitas que ves. Y desde luego la gente, los que venden y los que compran. Entre los primeros hay personas tan serias, que algunos banqueros y políticos españoles harían bien dándose una vuelta por allí de vez en cuando para saber qué es eso de mantener la palabra que has dado.
El Rastro cambia, como cambiamos nosotros. El Rastro de hace 40 años no era el mismo de hoy, ni nosotros tampoco. Pero el impulso que lo lleva a uno domingo tras domingo al Rastro sigue siendo el mismo. En mi caso yo no voy a comprar, sino a encontrar una respuesta, que no he encontrado aún. Y desde luego yo no voy sólo a pasar el rato. Al Rastro no se va a pasar el rato, se va a salvar el mundo, incluso aquellos que no saben que lo están salvando. Todos los que van al Rastro participan de esa salvación. Y entiéndase: se trata de un mundo al que casi nadie da ningún valor, excepto los poetas y los traperos, que eran para Baudelaire, como sabe, la misma cosa. Cuando alguien por motejarme le ha llamado a uno alguna vez Andrés Trapero, no sabía que estaba diciéndome el mayor elogio.


Andrés Trapiello (entrevista concedida a El Mundo, 10/12/2015)

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