lunes, enero 24, 2022

El callejón de las fieras, José Luis Argüelles

Hay quien cree, desde un provincianismo inverso, que los periodistas importantes sólo firman en las páginas nobles de tres o cuatro periódicos madrileños y barceloneses. Leen poco y mal. Hay también un gran periodismo español hecho desde las esquinas ciudadanas de la periferia, como enseñaron Cunqueiro y Delibes, por recordar sólo dos ejemplos notables. La universalidad es una actitud, según mostró Feijoo sin salir de su celda. Nada que ver con el nombre, el tamaño o la latitud de un terruño”.

Esto lo escribía José Luis Argüelles en un artículo de La Nueva España del 16 de marzo de 2014, glosando la figura de Faustino Fernández Álvarez, fallecido poco antes. Ese y otros sesenta y seis textos más componen El callejón de las fieras (Impronta, 2021), título que fue el de la sección a cargo del periodista y poeta mierense en ese diario regional desde 2012 a 2016, y compendio que nos ofrece argumentos más que suficientes como para incluir al propio Argüelles en esa nómina de periodistas imprescindibles que convierten lo local, como pretendía Miguel Torga, en universal.

El volumen lleva por subtítulo Prosas de aquellos daños 2012-2016, y de eso trata, de mostrar que en ese período fueron fondo hostigador de la vida que se va contando los daños de la recesión que el gobierno español de entonces gestionó al dictado del FMI y del BCE, devastando derechos sociales y libertades colectivas, convirtiendo deuda privada en pública y ahondando en las desigualdades entre quienes siguieron enriqueciéndose en la debacle y los que sufrieron la dentellada de los recortes, la pérdida del trabajo o la merma de su capacidad económica.

Y ello lo hace Argüelles con la honestidad de quien cree que el oficio periodístico es “contar a los demás lo que nos pasa a todos sin inmolar a sabiendas la verdad” —y no es apostilla menor el “a sabiendas” a la vista de lo que se cuece a diario en la prensa de nuestro país—.

 Así pues, tenemos en El callejón de las fieras (título que aludiendo a una calle de Cimavilla, acota en su ámbito la depredación de aquel tiempo) un mosaico historiado de lo que en esta orilla del cantábrico iba sucediendo mientras los clarines de la calamidad seguían tocando puntualmente a rebato. Y todo se refiere desde el compromiso no sólo con la verdad, sino también “con las víctimas, con los perdedores de tanta injusticia social y con los creadores de algún tipo de felicidad genuina” (como alguna vez ha explicado el propio autor). A lo que uno añadiría, porque así se paladea una vez abierto el libro, que no sólo se advierte en sus páginas la voluntad de ejercer con honestidad la crónica de lo que acontece, sino que ello se pulsa además con un impecable estilo que conjuga el bien decir con la cita oportuna, con la apropiada referencia culta —que no afectada— y con la evocación, bien traída, del entrevistador experimentado que ha tenido, a lo largo de su carrera, el privilegio de conocer y charlar con no pocos y estimables personajes del mundo de la cultura (muy entrañable resulta, por ejemplo, el recuerdo de su encuentro con Ana María Matute).

 Por eso del estilo impecable, del decir con sentido, a la vez que sintiendo con empatía lo que le sucede al otro, El callejón de las fieras no es, como pudiera pensarse de una antología de artículos, un libro para picar aquí y allá con curiosidad inconstante, sino una obra en la que, una vez inmersos, vamos pasando páginas casi con la misma avidez del que persigue un desenlace. Así de bien medidos son los capítulos, así de bien escritos. Quizás, porque José Luis Argüelles aunaba en esa etapa ya veterana de su profesión la maestría de quien terminó por ser referente ineludible de la prensa cultural de esta región, a la vez que, en una vida paralela de dedicación discreta, constante y exigente, iba urdiendo una trayectoria literaria que lo ha convertido en uno de los poetas asturianos referenciales.

 Los periodistas se agarran al relato de lo que consideran hechos probados, a los datos, y los poetas cavan en su interior en busca también de alguna certeza o asidero. La diferencia entre unos y otros está en el uso del lenguaje y en la relación que tratan de mantener con las palabras, aunque he leído reportajes, columnas o crónicas que logran el mismo resultado que la mejor poesía: conmover, emocionar, iluminar.”

 José Luis Argüelles explicaba así, en una entrevista publicada en La Voz de Asturias, la diferencia entre las dos vertientes de su quehacer; aludiendo, además, a esa excelencia que algunas pocas veces se vislumbra en ciertos columnistas que aciertan a estremecer el alma de sus lectores de un modo parecido al que lo hace un buen poema. Pues bien, así lo consigue, también, El callejón de las fieras. Léase, por ejemplo, Una tumba española, donde el autor viaja en laica peregrinación al cementerio donde reposa Antonio Machado en Collioure. O las evocaciones que en un par de artículos recuerdan la figura de Pachín de Melás, aquel autor asturianista que “en una ciudad bombardeada por las tropas franquistas, salvó del fuego los restos de Jovellanos”. O esa “manera decente de ser español”, que Argüelles observa en el proceder del pedagogo Eleuterio Quintanilla. O esa fidelidad emocionada con que se celebra el cincuenta aniversario de la Rayuela de Cortázar, esa novela que “ayuda a entender el amor y las ciudades, el arte y el fracaso, los mecanismos del deseo y su poesía”.

 Se logra, por tanto, en esta gavilla de buenos artículos, pulsar la emoción a través de las afinidades con quienes han procurado una existencia o una creación bella y honesta, a la vez que se desprecia cuando ensucia, malbarata o ultraja la vida de la gente en aquella España de la recesión, cuando “la amenaza económica, una nueva Harpía más rápida que el viento, se había convertido en la nueva señora de la casa y había hecho de la política su ilustre fregona”.

Un libro, en fin, que milita en las palabras que nos ayudan a hacer preguntas y provocar respuestas, porque como dijo Cyril Connolly, y Argüelles recuerda: “debemos seguir haciendo lo que más nos guste, como si las ilusiones del humanismo fuesen reales y las realidades del nihilismo se revelaran como una pesadilla”.

 

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