lunes, enero 15, 2007

La noche feroz

“Porque se trata del mal, piensa Homero, de eso se trata. Porque lo que aquí se dirime esta noche no es si existen la gracia, la redención o el castigo, sino si hay alguna justificación para lo que hacemos, para lo que pensamos, para esta vida que nos ha tocado en suerte”.

Hace unos días, cuando B. fue a visitarme al trabajo, me regaló una novela titulada La noche feroz, de Ricardo Menéndez Salmón. Me la llevé a casa y después de cenar, sentado en mi orejero y antes de enfrascarme en la lectura en la que andaba durante los últimos días, le eché una ojeada al nuevo libro. Ya no lo pude dejar. Después de la media noche, me fui a la cama albergando ese conocido pero infrecuente entusiasmo febril que provocan en el lector las historias sobrecogedoras y bien contadas.

Corre el año 36 y ya ha estallado la guerra civil. La noche feroz transcurre en una unidad de tiempo, desde el anochecer al amanecer, y en un solo escenario, Promenadia, un territorio mítico, un pueblo donde como en todos los pequeños lugares, según se afirma por el narrador, “el infierno siempre es grande”.

Fundar es una de las palabras más gozosas del universo” y Promenadia se funda con las mismas coordenadas que la Región de Benet –ese novelista que, según leí en alguna ocasión, emprendía siempre sus proyectos literarios por la cara norte-; se funda como la Yoknapatawpha de Faulkner –a quien se le rinde un breve y elegante homenaje al final del libro-. Promenadia es una tierra donde aún se conserva una vida primitiva y casi medieval (“nada saben de la higiene, la electricidad o la imprenta”), un lugar donde el cura Aguirre impone su particular ley. Pero un sitio, sin embargo, cuyas fronteras y referencias geográficas son del todo ciertas (Omaña, Gijón, Finisterre); supongo que porque lo que allí ocurre, suceda o no en un lugar imaginario, posee una raíces demasiado reales.

La noche feroz mantiene desde el principio al fin un aliento narrativo intensamente poético. Su argumento gira en torno al cruel asesinato de una niña del lugar y a la posterior persecución, por la jauría humana que azuza el sacerdote, de quienes se supone cometieron el crimen. Nada en el relato es gratuito, todo posee un sentido funcional y por ello el engranaje de las piezas se ajusta con tanta precisión.

Pese su brevedad –no alcanza las cien páginas-, los personajes poseen un perfil preciso. A Homero, el maestro, se le llama en el pueblo catapotes por estar su manutención al cuidado de los padres de los escolares, quienes, alternativamente, deben sentar a la mesa al educador de sus hijos. Es natural de Omaña, al otro lado de La Raya, ateo y bolchevique. De él se nos van dando, poco a poco, datos sobre su tortuoso pasado. Pero lo más relevante de cuanto de él se sabe es que por dos veces se cita la obra que está leyendo: Los demonios, de Dostoievski. Recuérdese que el protagonista de esta novela, Stavrogin, era un personaje diabólico y autodestructivo, inclinado hacia la crueldad. En ella escribió Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Horacio, el protagonista de Menéndez Salmón, afirma, por su parte, que “Dios es un fantasma”. Parece, pues, que la conclusión de ambos asertos ha de ser irremisiblemente la misma.

Porque el hombre levanta puentes, domestica selvas o resuelve problemas matemáticos planteados hace cientos de años, pero todo su genio, toda su paciencia y todo su fervor palidecen ante el enigma de su maldad”.

Otro personaje central es Aguirre, el cura, de colérico temperamento, hombre terrible, salvaje, de nariz aguileña y ojos como puñales, tatuado con la cruz de Calatrava en su mano derecha. Todos en el pueblo, salvo Horacio e Irizábal tiemblan en su presencia. Marcha al frente de los cazadores, guía la persecución, azuza a los perros, sentencia a los inocentes. Lo acompañan La Muerte, un molinero a quien las putas le pusieron tal mote a causa de su extrema fealdad, y Ezequiel, el zapatero

Un tercer personaje relevante es Ricardo Irizábal, un hacendado con cierta prestancia aristocrática y una explícita hostilidad hacia al poder clerical. Su posesión lleva por nombre, Villa Atenas, “un nombre tan disparatado como mi propio nombre de pila”, según piensa Horacio al llegar al pueblo, creando en esa misma reflexión un sutil lazo entre ambos.

Hay otros seres, pequeños y desgraciados, grises y primitivos, que se mueven en torno a estas figuras principales. Entre ellos están los anfitriones, la familia que da de cenar al maestro al comenzar la noche. Son el amo, la ama y su tres hijos: una jovencita embarazada, un alumno de Horacio y un pequeño enfermo de hidrocefalia al que se le dice “el imbécil” –y que recuerda a la Niña Chica de Los Santos Inocentes-.

Están, además, los inocentes, un par de huidos que llegan del otro lado de La Raya y a los que se les persigue por creerlos culpables de la muerte de la niña. Y está Labache, el solitario personaje incendiario que abre y cierra con fuego la obra.

Y la trama tiene una resolución intensa, breve e interiorizada, que se resume en este texto de la pág. 81: “Y es entonces, en ese vértigo infinito que no se atreve a llamar culpa ni remordimiento ni pecado, cuando a su memoria acuden los abultados labios de la niña del pozo, sus pechos en agraz, el sabor un poco ácido de su vientre ya muerto, toda esa vida profanada que cabe en la longitud de un cuchillo y en ese hurto de amor en forma de arracadas de azabache que Homero guarda en los bolsillos junto a la calderilla, el Longines de saboneta y la fotografía de cierta mujer al que un día amó”.

Al mediodía, mientras le contaba a mi mujer cuánto me había gustado el libro, tanto que hasta terminarlo no había subido al dormitorio, ella me miró como una madre y sin prestar demasiada atención a lo que le estaba contando, me dijo: “Tienes los ojos hinchados de sueño. Mejor será que duermas una siesta”. Tenía razón, era el rastro de una noche feroz.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo haber pasado un par noches así, la primera vez se daría lugar en el tiempo aquel en que yo tendría 13 años.

La noche provee el silencio pertinente, para hacerse entre páginas de los sonidos del mundo... sus morteros, sus batallas.


!Bello inicio de semana querido Diario!

Anónimo dijo...

(ou... me faltó un : de)

=(

Joaquín dijo...

Noches de fieras lecturas... Recuerdo un terrible insomnio, aliviado por "El acoso" de Carpentier, la novela más a propósito que conozco para esos trances.

conde-duque dijo...

Impactante. Habrá que echarle un vistazo a ese libro. Grazie.

Alexandrós dijo...

Estupenda reseña.Salgo a comprarlo.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias por vuestros comentarios.
Si leeis el libro, espero que os agarre del mismo modo.
Se me olvidó decir que su autor, según he sabido, está a punto de publicar con Seix Barral.
Un abrazo a todos.

Miguel Sanfeliu dijo...

Muy buena reseña. Conseguiste despertar mi curiosidad. Buscaré el libro.
Un saludo.