Sobre la alfombra de los días, el derrumbe de los daños inconmensurables. El Roto resume hoy con un magistral oxímoron la tragedia haitiana.
Bajo la alfombra de los días, los daños ninúsculos. Me fatiga un poco la polémica (Marsé, Boyero, Arcadi Espada, entre otros) que se viene reproduciendo en la prensa a propósito de la polvareda que está levantando El cónsul de Sodoma, la película sobre Gil de Biedma. Recuerdo hace años la que generó también El último viaje de Robert Rylands, dirigida por Gracia Querejeta y rodada en Inglaterra con un equipo técnico y unos actores casi íntegramente ingleses. Basada libremente, según matizaban los créditos, en la novela de Javier Marías Todas las almas, y que fue, tras su estreno, motivo de agria polémica entre el autor del libro y la familia Querejeta (Gracia,la hija, y Elías, el padre y productor). A Javier Marías no pareció gustarle lo más mínimo la versión filmada de su novela y se mostró indignado, desde las páginas de EL PAÍS, con el tratamiento dado a los personajes que él creara. Hacía unos meses que había leído yo Todas las almas y no recordaba al detalle el argumento de la obra, por eso repasé algunas páginas de la novela. Ciertamente era muy escaso el parecido entre la pelicula y el libro en el que decía estar libremente basada. ¿Tenía derecho por ello al pataleo Javier Marías, o como dice Almudena Grandes -en una de las pocas cosas sensatas que uno le ha oído-: la venta de los derechos sobre un libro paga los desperfectos? Si es que se podía hablar de desperfectos en ese caso. No se trataba ni mucho menos de una mala película, muy al contrario, narra con buen pulso una historia interesante. En la polémica surgida entre novelista y directora, si hubiera de tomar partido, sin duda lo haría en favor de Gracia Querejeta, no porque la película me parezca mejor que el libro -es distinta-, sino porque Javier Marías, una vez vendidos los derechos cinematográficos sobre su obra, no puede pretender que alguien haga la película que a él le hubiera gustado ver. En la de Marsé y El cónsul uno sólo tiene por referencia las gruñerías habituales del novelista (siempre escandalizado con las adaptaciones de sus obras pero siempre dispuesto a venderlas de nuevo al mejor postor). Respecto a la película no tendré opinión sobre la misma hasta verla. Ni de su calidad ni de sus intenciones. Eso sí, reconozco que me da un pelín de pereza.
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