La fragata infernal, dirigida por Peter Ustinov, sobre la novela Billy Budd de Herman Melville, es una muy recomendable película. La acción transcurre a bordo del navío Indómito, de la Armada inglesa, en el verano de 1797, cuando habían comenzado a producirse algunos motines en las embarcaciones británicas a consecuencia de las nuevas ideas de la Revolución Francesa. El barco se dirige hacia el Mediterráneo con una tripulación escasa, que completa con el reclutamiento forzoso de algunos marineros del mercante Los derechos del hombre, entre ellos Billy Budd, un muchacho ingenuo al que interpreta Terence Stamp con pocos años y rostro de querubín. El suboficial John Claggart lo convierte en el blanco de su crueldad, acusándole incluso injustamente ante el capitán del peor de los delitos: amotinamiento. Budd, incapaz de articular ni una palabra en su defensa, empuja por desesperación a Claggart, que se golpee mortalmente contra la cubierta del barco. Aunque el capitán es testigo de la inocencia del marinero, debe aplicar las leyes de la mar y Billy es ajusticiado al anochecer. Peter Ustinov, conocido sobre todo por sus papeles de actor, fue escritor, guionista y llegó a dirigir algunas películas. Según parece, La fragata infernal es la mejor de ellas. Con la novela, Benjamin Britten también escribió una ópera estrenada en el Covent Garden de Londres en 1951. No es de extrañar, el asunto tiene épica, monólogos morales, destinos aciagos, hombres buenos, hombres justos y hombres malvados. Uno no acostumbra el género, pero intuye que el argumento le viene bien a la grandilocuencia operística. Billy Budd fue la última obra de Melville. Quedó guardada durante largo tiempo en una panera de hojalata y no se publicó hasta veinte años después de la muerte del escritor, ocurrida el 28 de diciembre de 1891. En sus últimos treinta años, el autor de Moby Dick fue un gris aduanero del Hudson. Su mujer ahorraba cuando podía algunos cuartos para que pudiera seguir coleccionando grabados marítimos. Eloy Sánchez Rosillo escribió sobre este período de la vida de Melville un hermoso poema, del que transcribo ahora algunos de sus versos.
Melville, en la aduana
Después de dieciocho largos años
de acudir día a día a esta oficina inevitable,
ya casi estoy conforme con mi extraño destino.
Hace ya mucho tiempo que nada he publicado.
y sólo en ocasiones, cuando siento necesidad de hablar conmigo mismo,
tomo la pluma y escribo algunos versos
a nadie destinados, pero que a mí me sirven
para no estar tan sólo en los helados páramos
de la vejez.
En ellos y en los libros
de algunos hombres que amo —sobre todo en las obras
de Willilan Shakespeare, tan sólo comparables
a la hermosura infinita de las azules aguas
que navegué en mi juventud—, hallo la compañía
que casi nunca tuve.
Y así, serenamente,
van pasando los días que sin pausa me acercan
al silencio y la paz de la esperada sombra.
Melville, en la aduana
Después de dieciocho largos años
de acudir día a día a esta oficina inevitable,
ya casi estoy conforme con mi extraño destino.
Hace ya mucho tiempo que nada he publicado.
y sólo en ocasiones, cuando siento necesidad de hablar conmigo mismo,
tomo la pluma y escribo algunos versos
a nadie destinados, pero que a mí me sirven
para no estar tan sólo en los helados páramos
de la vejez.
En ellos y en los libros
de algunos hombres que amo —sobre todo en las obras
de Willilan Shakespeare, tan sólo comparables
a la hermosura infinita de las azules aguas
que navegué en mi juventud—, hallo la compañía
que casi nunca tuve.
Y así, serenamente,
van pasando los días que sin pausa me acercan
al silencio y la paz de la esperada sombra.
Eloy Sánchez Rosillo
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