Sala de espera. Un anciano solo. De tez muy pálida. Tan bajo que sentado casi no le llegan las piernas al suelo. Parece preocupado. Sinceramente preocupado. Apoya la barbilla en el bastón. Se le pierde a ratos la mirada. Del gabán extrae de vez en cuando una tarjeta hospitalaria con código de barras. La acerca al lector informático. Espera el resultado: localizar a quien acompaña en el laberinto de pasillos y consultorios del centro sanitario. Vuelve a su asiento. Cuida de un bolso de mujer. De su mujer.
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