Leyendo hoy un artículo de J. Ernesto Ayala-Dip (El arte de no molestar), he subrayado lo que sigue: “Hay en el arte del no molestar una elegancia entre ética y estética que no se aprende en ningún sitio. Contar tu vida a alguien cuando nadie te lo pide, por ejemplo, puede ser indicio de esa falta de elegancia.” Qué conveniente sería que se educara en el ejercicio de un arte tan delicado como útil. Sé de qué hablo. Adolezco más de lo que quisiera de falta de firmeza con la brida que debe gobernar lo que se dice, pero siendo consciente de ello y aplicándole, por tanto, penitencia a menudo al pecado, he ido porfiando en la mejora. Y hasta creo que estos dedos que aquí y allá se hacen tienen no poco que ver en la terapia. Porque escribiendo se piensa más despacio y mejor. Y se calla a tiempo. Y se dice con más precisión. Y hasta queda, como les sucede hoy al articulista citado y a quien lo cita, la posibilidad de resarcirnos con queja de lo que nos cuentan en demasía y se aguanta como se puede mientras dura el chaparrón. Porque la gente, en no pocas ocasiones, tal parece que hasta que no termina de relatar in extenso sus cosas no considera que les ha dado remate adecuado. Mismamente las vacaciones, que son en fechas como las presentes -a buen seguro que me darán la razón-, un relato más bien insufrible en boca de amigos y compañeros. Soy de la opinión de que de nada sirve el viaje si no deja poso por dentro y se convierte, por contra, en algo así como el boterío que se les cuelga a los coches de los recién casados: lastre ruidoso que agrede oídos. Tengan el buen gusto de no caer en la indiscreción de contar sus viajes si no les preguntan por ellos. Y aún entonces piensen que quizás el interés sea apenas cortesía y no curiosidad por el detalle. Vívanlos. Disfrútenlos. Y hagan de esas experiencias parte de su bagaje vital y cultural, lo que siempre permitirá introducir un apunte oportuno en las conversaciones sobre los lugares que se conocieron y las sensaciones con que nos enriquecieron. Si, en todo caso, les puede el prurito del decir, háganlo en renglones, que a ellos recurrimos los que sabiéndonos lenguaraces escribimos por no molestar. Y que los (nos) lea el que quiera.
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