miércoles, diciembre 15, 2010

Autocombustión navideña

Apretados como parejas que se revuelcan después de un armisticio. Así deberían estar siempre los renglones que se escriben. Sin dobles espacios abismales provocando el horror al vacío. Párrafos y párrafos de letra menuda y muy junta. Estrofas constreñidas en la vastedad del papel. Como oasis. Como rebaños amparados por una sombra en medio de la árida inclemencia. Así debería ser también el oropel de estas fechas. Un precipitado de luz. Intensa y concentrada. Ardiente. Insular. Sol o vela. En las cocinas de carbón, al levantar con el gancho las arandelas de la plancha, asistíamos a la combustión de su magma, un minúsculo círculo que nos llevaba, como Verne, al centro de la tierra. El corazón es un quicio sobre el que giran los años al doblarse. Un quicio forjado en la fragua de un volcán íntimo. Nada prospera sin calor. Nada se olvida sin ceniza. Llamas bailando muy pegadas. Ascuas como cuentas de pulsera. Polvo de hoguera perfilado en pasos. Los que se dieron. Los que están por dar. Eco de pasos en cuartos. En medias. En horas. Campanas de pasos tocando a fuego. Para que ardan como yesca estos días puñeteros. Consumidos por el mismo replandor que los adorna.

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