Paseo con mi padre. Buen día, pero es sin duda otoño y el sol calienta hasta donde puede; aunque si, como hoy, viene la luz franca y el cielo limpio, se hace agradabe sentarse en un banco a leer, a charlar o simplemente a dejar pasar la mañana. Hasta llegar a los jardines, cruzamos unas cuantas calles. Caminamos despacio. Muy despacio. Mi padre arrastra casi los pies y a veces incluso ni nos da tiempo a llegar a la otra acera cuando el semáforo se nos pone en verde. A ese ritmo nos hacemos más visibles. Supongo que por eso solemos pararnos siempre con algún conocido a pegar la hebra. Y quizás también por eso mismo tengo la impresión de que, cuando acompaño a mi padre, saludo a más gente que de costumbre. Hoy nos hemos sentado bajo las ramas casi desnudas de un abedul. Con sólo estirar la mano podría tocar las estrías de su corteza blanca. A las hojas se les veía al trasluz la ocre consunción del otoño. Algo más allá, la hiedra trepaba por el muro algo vencido del viejo hospicio. Hemos venido abrigados y la luz del sol entibia nuestra única desnudez: las manos y el rostro. En el periódico se anuncia que Irlanda ha elegido a un poeta como presidente. En sus versos, Michael D. Higgins escribió también en una ocasión sobre la hiedra: "The ivy´s leaves are bright and green / Don´t bring it home / Our mother said / There´s bad luck in that ivy" (Las hojas de hiedra son brillantes y verdes. “No la traigáis a casa / –dijo nuestra madre-. / Esa hiedra da mala suerte. ) De vuelta ya, veo sobre una esquina del baúl que las hortensias se han ido secando poco a poco a la luz de las ventanas.
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