lunes, octubre 29, 2012

Botánico

Después de la lluvia del sábado, volvió el sol de nuevo en la mañana del domingo. Pero hacía frío a la sombra y de las esquinas empezaba a colgarse la humedad del invierno. Su costra tenaz y sus noches largas. Por los caminos del botánico se mezclaban el barro y las hojas. El río bajaba ruidosamente impetuoso. Bajo la fronda, incluso bajo la más desnuda, no venía mal subirse los cuellos del abrigo. 
No obstante, aquí y allá, pequeñas bayas de un rojo intenso salpicaban de vida amotinada la desolación de los jardines. El espino albar, el acebo, ciertos rosales. El rastro en cobre del vuelo de los petirrojos. La combustión del arce. Y algunas setas de color brasa encendiendo un fuego amigo en medio del bosque más umbrío. Sobre el estanque se aletargaban las navegaciones. Un caos de hojas a merced del agua. La copa extendida de un árbol injertado de otros muchos árboles.
En la aliseda, los senderos serpenteaban sobre el fango, camuflados en la hojarasca. Llevaban al corazón del frío. Defendiendo este país de otoño del sol bajo de octubre, atrincherando este ámbito de vegetación en la órbita estacional de los planetas, una legión de plátanos repelía la luz con su ramaje altivo. 

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