Foto de Xuan Nel Saez
Al fondo, bajo el bosque, se alejan tres caminantes apoyándose en la diagonal del otoño. Son apenas un contrapeso en el fiel de la fotografía. La mancha sobrevenida que atrae sobre sí la mirada del espectador. No lo quiso de otra manera el hacedor de la imagen: rehuyó los
rostros de quienes le acompañaban en la travesía y procuró retratar, en cambio,
el eco apagado de sus pasos sobre el tapiz de la hojarasca, bajo la luz
tamizada por el ramaje aún resistente del hayedo. Como quien escribe o como
quien pinta, el fotógrafo que trocea el mundo a través de un visor persigue
explicaciones, plasma estados de ánimo, espera una revelación repentina y se agarra
al consuelo de esas parcelas de vida ordenadas en la precisión de la luz y el
encuadre. Cree detener con ese afán el instante. Apresarlo en su urdimbre de lentes. Y que al hacerlo detiene a la vez también el tiempo. Que de algún modo
lo encofra manteniéndolo a mano. Recuperable. Habitable de nuevo cuando la
nostalgia lo requiera. El fotógrafo busca incluso en ocasiones apaciguar el curso de los ríos. Tejer con el agua detenida un velo que cubra los ojos del paso de los días.
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