Se pregunta Álvaro Valverde en Vida de ambulancia, la última entrada de su bitácora: "¿Por qué persiste uno en la lectura de los diarios de Andrés Trapiello diecinueve tomos después, diez mil palabras mediante, a lo largo de veintiséis largos años?". A buen seguro que es una pregunta que nos hacemos a menudo quienes hemos leído todas o gran parte de las entregas de este Salón de los pasos perdidos. Valverde busca el pretexto en lo que a propósito de ese interrogante explica Manuel Borrás: "son adictivos". Y algo de cierto debe de haber en la conclusión, porque como todas las dependencias inocuas, ofrecen los diarios de Trapiello ratos impagables de dicha, siempre muy parecida, quizás casi hasta repetida, pero no por ello menos agradable cada vez que se disfruta.
A Álvaro Valverde le he enviado un comentario a su enlace de facebook, en el que le alabo esta crónica de adicción que le dedica al nuevo tomo de los diarios de Trapiello. Le aseguro que no se puede decir mejor y en tan poco (que todo es poco cuando lo que se comenta es tanto); y que eso se lo asegura quien acaba de completar también la lectura de Seré duda, y comparte adicción, por tanto; y se ríe no pocas veces a solas mientras lee esas páginas, y busca en ocasiones con cierta ansia la continuación minúscula de la iniciales que en ellas se encierran; y quien tiene ya a M., R. y G. casi como de la familia; y quien se conmovió hasta las lágrimas con la muerte de Ramón Gaya y las dolidas páginas que en este última entrega se le dedicaron; y quien se respingó de desagrado con el desaire tan poco elegante que se le infligió a G., que se quedó con su mano tendida en el aire; y quien siguió como una intriga angustiosa por real el susto de salud que padeció M.; y quien desearía un tono menor en las ocasionales mezquindades del autor y, sin embargo, se regocija con su sarcasmo. Sí, sin duda esta es la obra enciclopédica de una vida en marcha y sin épica. Que nos dure.
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