martes, abril 19, 2016

Tears in rain




Es una película para pantalla de cine y sonido épico de cine.  Todo en ella obedece a estereotipos paradigmáticos. Dicho así, suena pedantesco. Quizás lo sea, pero no de otro modo, si se hace bien, puede convertirse una obra de creación en una obra perdurable: subrayando en cada personaje un carácter  que por muy constreñido que parezca a la idea termina representándola de manera fiel y, en la desproporción, proporcionada.  Dicen que para disfrutar plenamente de Blade runner hay que adentrarse en algunas de sus claves significativas, en ciertas ambigüedades argumentales, que toda una legión de seguidores han convertido en materia casi de grial. Aunque uno piensa que tal vez hasta el director y el guionista se sigan sorprendiendo de cuánto puede ahondar la disección de un entusiasta forense en las partes blandas de un culto. Quizás ellos mismos, cuando concibieron y llevaron a cabo el film, se planteaban metas mucho más simples: ¿la evolución de las máquinas en un mundo futuro? Siempre le ha inquietado al hombre, desde que James Watt le pusiera vapor al desarrollo, la convivencia con la mecánica inteligente.  El caso es que uno vio ayer de nuevo la película no en pantalla de cine, sino en su casa, y no con pomposas intenciones intelectuales, sino como sutil entretenimiento con el que más que matar el tiempo, se intentaba abonarlo (que enriquecerlo suena pretencioso, y el nutriente basto, en cambio, nos deja a ras de tierra). Y resultó bien adecuado a la tarde final del domingo este rencuentro con el escenario apocalíptico en que todo se desarrolla bajo la lluvia y el neón. Con un Rutger Hauer brillante, de replicación esmerada en lo físico y, finalmente, en lo sentimental. A él se debe esa poética agónica postrera, en la que tan bien se mezcla la vida al filo de lo robótico y el miedo a la muerte del fuselaje ya humanizado: I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die. Uno se queda con esa atmósfera de belleza trágica tan bien subrayada en todo momento por Vangelis. Habrá tiempo de rumiar unicornios y origamis, que todo cuanto te deja conmocionado abre en tu atención una suerte de campo oscilatorio que abarca siempre un espacio suficiente en el que caben no sólo rememoraciones, sino también búsquedas diversas y creación incitada.

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