Es una película para
pantalla de cine y sonido épico de cine. Todo en ella obedece a
estereotipos paradigmáticos. Dicho así, suena pedantesco. Quizás lo sea, pero
no de otro modo, si se hace bien, puede convertirse una obra de creación en una
obra perdurable: subrayando en cada personaje un carácter que por muy
constreñido que parezca a la idea termina representándola de manera fiel y, en
la desproporción, proporcionada. Dicen que para disfrutar plenamente de Blade runner hay que adentrarse en algunas de sus claves
significativas, en ciertas ambigüedades argumentales, que toda una legión de seguidores han convertido en materia casi de grial. Aunque uno piensa que tal vez hasta el director y el
guionista se sigan sorprendiendo de cuánto puede ahondar la disección de
un entusiasta forense en las partes blandas de un culto. Quizás ellos mismos,
cuando concibieron y llevaron a cabo el film, se planteaban metas mucho más
simples: ¿la evolución de las máquinas en un mundo futuro? Siempre le ha
inquietado al hombre, desde que James Watt le pusiera vapor al desarrollo, la
convivencia con la mecánica inteligente. El caso es que uno vio ayer de
nuevo la película no en pantalla de cine, sino en su casa, y no con pomposas
intenciones intelectuales, sino como sutil entretenimiento con el que más que
matar el tiempo, se intentaba abonarlo (que enriquecerlo suena pretencioso, y el
nutriente basto, en cambio, nos deja a ras de tierra). Y resultó bien adecuado a la tarde final del domingo este rencuentro con el escenario apocalíptico en
que todo se desarrolla bajo la lluvia y el neón. Con un Rutger Hauer brillante,
de replicación esmerada en lo físico y, finalmente, en lo sentimental. A él se debe esa poética agónica postrera, en la que tan bien se
mezcla la vida al filo de lo robótico y el miedo a la muerte del fuselaje ya
humanizado: I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched c-beams
glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in
time, like tears in rain. Time to die. Uno se queda con esa
atmósfera de belleza trágica tan bien subrayada en todo momento por Vangelis.
Habrá tiempo de rumiar unicornios y origamis, que todo cuanto te deja
conmocionado abre en tu atención una suerte de campo oscilatorio que abarca
siempre un espacio suficiente en el que caben no sólo rememoraciones,
sino también búsquedas diversas y creación incitada.
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