El año pasado, por estas fechas, habíamos estado en el Jerte. A la floración. Gozando de ese cosquilleo lujurioso que genera toda explosión de la naturaleza. Fue bonito. Pero si la visita no hubiera cubierto expectativas, ni nos hubiéramos dado cuenta: tendemos a recompensarnos los esfuerzos, a consolarnos con los viajes. Desde hace algo más de una semana han florecido casi bajo nuestra ventana otros cerezos. Ornamentales. Grandes y de flor rosada. Una maravilla bajo la que pasan los transeúntes con una indiferencia casi insolente. Cuestión de perspectiva y de distancia. Al cabo del tiempo, sólo apreciamos el placer que se nos ofrece fuera de nuestro hábitat. Incorregibles Casanovas.
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