En estos días propicios para el viaje, piensa uno que no está de más encomendarse a un propósito de calma, la que nos pone en paz con lo que somos y con lo que se nos ofrece. Nunca es bastante la quietud, nunca se dilata uno lo suficiente en la emoción de las escasas dichas. Pasan a caballo por delante de nuestros ojos, montadas de lado, como las damas delicadas, más preocupadas de mantener la compostura que de gozar del trote. Los viajes se justifican no por la acumulación, sino por la sorpresa. Desvelarla sólo precisa un ánimo atento y una ausencia de prisa. Lo inesperado aguarda adentro, en el modo en que de repente nos descubrimos sintiéndonos como alguna vez quisimos vernos; o afuera, cuando el alma —ese difuso aliento de lo íntimo— se nos imanta a un encuadre del paisaje, a un lugar o al ritmo preciso en que todo transcurre con el diapasón del sosiego.
6 comentarios:
Es lo que yo llamo: pasmar. Es lo mejor de los viajes, sentarse en cualquier lado y ver como la ciudad pasa por delante de ti. Me encanta pasmar.
Besos zen.
me gusta ese sereno concepto tuyo del viaje, exterior o interior: implica estar atento, cualidad tan escasa ya...
Buen viaje y mejor regreso.
La Candelita
Lula, hemos de hacer un cuaderno de apuntes que lleve por título El pasmo de los viajes.
Un abrazo.
Es un concepto, sí, atrayante, pero resulta difícil llevarlo a cabo. Siempre me han maravillado esos viajeros que llevan bajo el brazo un cuaderno de dibujo y se paran frente a un paisaje o frente a alguna pequeña iglesia, y allí dejan pasar el tiempo esbozando lo que ven, fijándolo. Ellos sí, Jin, ellos saben cómo llevar a cabo esa atención demorada que exige todo viaje.
Un abrazo.
Gracias por esos buenos deseos, querida Luna.
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