María Mamede
(Mi ciudad no se llama Lisboa, ni huele a sur, ni por ella pasa el Tajo; pero como Lisboa, tiene manantiales de leche y de mármol. En mi ciudad las puestas de sol son de oro sobre el río Duero y sobre la mar, y sólo en ella tiene una luz el atardecer que adorna el granito. En mi ciudad, como en Lisboa, hay gaviotas y aire de mar, pero no hay transbordadores, en el río sólo hay rabelos que transportan néctar y almas. De mi ciudad nace el Norte acantilado e insumiso, y el sol, cuando llega a ella, la penetra delicada y cariñosamente tras vencer a la niebla… En mi ciudad también hay pregones, gatos, palomas, castañas asadas, higado y fado por las calles, adornadas con fuentes, con ropa secando en los tendales... Mi ciudad tiene también tardes languidecientes, quioscos en las plazas, viejos jugando a las cartas en mesas de jardín. Y en ella renacen las viudas y las solteronas cuando pasean en el tranvía. Es bien cierto que en mi ciudad la luz no es como la de Lisboa, pero la luz de mi ciudad es un aleteo de amor del astro rey que la besa en la frente todas las mañanas.)
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