El
rumor de la piscina cae como lluvia menuda sobre la palmera. Ese roce
insistente de voces alegres corre por el parasol de ramas y salpica la sombra
en la que me he refugiado esta tarde. Leo a la Munro como quien se deja
hipnotizar por una cortina de agua tan tenue como ordenada, por un aguacero
suave que de pronto deslíe el mundo que se atisba a su través —tan real como inquietante—, por un chubasco sutil que cesa súbito y nos
deja inacabamente apaciguados.
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