Nunca me he cruzado con una sanguijuela. Sé de ellas, como sabemos todos, por lo que alguna vez hemos
leído o visto en el cine. Que su boca actúa como una ventosa sobre las heridas
abiertas. Que chupan la sangre. Que son negras. Que producen pesadillas. Yo
creo que las obsesiones son como las sanguijuelas. Una vez que han descubierto
por dónde sangras, cuál es, por tanto, tu punto más débil, se lanzan sobre él,
sobre ti, con la voracidad insaciable de un cáncer. Desde ese momento, y
contradiciendo la evidente disparidad de volúmenes entre un hombre y una
sanguijuela, pasas a ser poco más que una extensión, incongruente y exhausta,
del cuerpo de un gusano.
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