Una
ciudad de vacaciones en ruinas. Sus casas, apuntaladas. Sus calles, tomadas por
la maleza. El camino que desciende a sus playas, de nuevo agreste. Y la primavera
otorgándole a todo un aire de esperanza que la razón da por escasamente cierto.
Justo en este prado donde crecen las caléndulas de la fotografía, corrimos de niños
bajo la confiada mirada de nuestros padres. Llegábamos aquí en el ferrocarril de vía
estrecha. Volando por encima de los
acantilados. El día era un sol y un océano. La mala hierba que hoy lo toma
todo, nunca alcanzará aquella memoria, pero su nostalgia apaga el color de esta
desolación presente.
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