Santesteba
Antes de que las puertas de esta aldea se cerraran para siempre, de
que la mala hierba prendiera de escaleras, muros y recuerdos, en los riscos
próximos que se asoman al río como las ventanas de Dios al mundo ínfimo de
los hombres, una turba comedida de buitres volaba los quebrados, el bosque y
hasta las nubes bajas de los días tristes. Cuando se trazó la carretera, cuando
finalmente se hizo real con asfalto, arcenes, carriles delimitados por pintura
fluorescente y señales de curvas peligrosas, las rapaces volaron lejos y la
gente del pueblo subió con sus maletas a los autobuses que, como el río,
llevaban, cauce abajo, hasta el oleaje ruidoso de la ciudad. La envergadura
negra de los buitres se fue convirtiendo entonces ya sólo en una sombra
esparcida a ras de suelo, entre las calles abandonadas de Santesteba, como una
simiente de olvido.
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