El edén es una palabra que tiene aguja como
algunos vinos. Su sola pronunciación nos sube a la cabeza una nube de alegría.
El edén en compañía nos procura, además, una embriaguez de taberna o de alcoba,
de risas compartidas o de amores sudorosos. El edén siempre nos fija a la
tierra. A la carne deseada, al compadreo cómplice, al jardín colmado. El edén
secreto al que llegamos días atrás después de que tuviéramos la dicha de la
llave ofrecida nos pareció un espejismo de día festivo. Eso creímos, al menos,
durante las horas gozosas que duró. Pero algunas fotografías memoriosas dan fe de
que fue real. Qué suerte la nuestra.
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