miércoles, diciembre 20, 2006

Il divino Marcello


Al final de los informativos de ayer se daba cuenta del décimo aniversario de la muerte de Mastroianni. Recordé entonces su libro Sí, ya me acuerdo... En septiembre de 1996, mientras trabajaba en el Viaje al principio del mundo con el director Manoel de Oliveira en un recóndito paraje portugués, Anna Maria Tató, su última compañera, realizó en paralelo un documental sobre el actor aprovechando los descansos del rodaje, captando sus testimonios íntimos, sus reflexiones. Apenas le quedaban dos meses de vida al actor. El libro, un hermoso libro, es la transcripción literaria de estas confesiones. De él entresaco ahora algunos párrafos:


Nostalgia del futuro

Cuando somos pequeños, los países que no conocemos y sobre los que tanto fantaseamos nos parecen siempre más bellos y misteriosos, incluso más reales que las ciudades donde vivimos. Tal vez la profunda fascinación de viajar permanece siempre ligada a esta especie de perspectiva fantástica que vuelve los lugares lejanos a la vez más misteriosos y reales que los que tenemos ante nuestros ojos. Según Proust, "los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos". Es una frase justamente famosa. Yo me permito añadir que acaso existen paraísos más atractivos aún que los paraísos perdidos: son los que no hemos visto nunca, los lugares y las aventuras que entrevemos a lo lejos; no a nuestra espalda, sino delante de nosotros, en un futuro que quizás un día, como en los sueños que se hacen realidad, conseguiremos alcanzar, tocar. Quién sabe, tal vez la fascinación de viajar radique en este encanto, en esta paradójica nostalgia del futuro. Es la fuerza que nos mueve a imaginar -o a ilusionarnos con ello- que haremos un viaje y encontraremos, en una estación desconocida, algo que podría cambiar nuestra vida. Acaso uno deja realmente de de ser joven cuando tan sólo es capaz de añorar y amar los paraísos perdidos.


El pueblo más cercano

Hay un hermoso relato de Kafka titulado El pueblo más cercano: “Mi abuelo solía decir: ‘La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, me aparece tan condensada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano sin temer incluso que el espacio de tiempo en el que transcurre felizmente la vida no sea suficiente ni para emprender semejante viaje’. Cuando yo era joven me parecía que la vida era larguísima, eterna. Ahora, en cambio, cuando miro hacia atrás, a veces digo: ‘Pero, esa película, ¿cuándo la hicimos? ¿Hace cinco años? ¿Cinco años? ¡Qué va! ¡Hace quince! ¿Hace quince años?’ De joven, cuanto montas a caballo para hacer ese viaje, piensas que no tendrá fin, que será largísimo. Y luego en cambio, llegado a cierta edad, te das cuenta de que ‘el pueblo más cercano’ no estaba muy lejos, que realmente ha sido un viaje corto, ¡cortísimo! La vida: sí, a cierta edad nos damos cuenta de que ha pasado como una exhalación. Y el pueblo está ahí, muy cerca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué se puede decir! Sólo que es así, la vida misma.
Con un añadido: mientras hay gentes que viajan para encontrar lo que no encuentran a la vuelta de la esquina, otras no sólo lo encuentran, sino que lo anotan y lo cuentan, como el autor de este blog, que espiga aquí y allá para los que le leemos. Enhorabuena.

Rosa Ribas dijo...

Gracias por recordarlo.
Hay ausencias que no se llenan por más años que pasen.