Hay una ira vergonzosa. Que genera arrepentimiento. Que saca lo peor de nosotros. Pero hay otra ira que nos dignifica: la que reclama la restitución de una justicia que se nos niega de cualquier otro modo. Sin esa ira, que es sobre todo indignación y que en la mejor de sus versiones no debería ser destructiva sino activamente resistente, quizás no se hubiera avanzado lo bastante en algunos derechos sociales fundamentales. Algo de ese estar justificadamente airado ha habido en la reacción que llevó a un vecino vasco hace un par días a arremeter contra un local batasuno. Ese arrebato, como cualquier calentura, y aun estando bien argumentado, ha pecado, sobre todo, de imprudencia. La de la violencia, menor, es verdad, y no carente, tampoco, de sólidos eximentes, pero que, aun así, como toda violencia no defensiva, es rechazable. Y la de la singularidad, que si bien en cualquier sociedad democráticamente sana no generaría más secuelas que un protagonismo pasajero, en el ámbito vasco sitúa al vengador en el centro de una diana nada metafórica. Contra la primera de las imprudencias hubiese cabido la alternativa de canalizar ese enojo uniéndolo al que desde hace tiempo manifiestan valientemente muchos otros en algunas asociaciones cívicas. Contra la segunda de las imprudencias nada se puede hacer si esa ira mal gestionada no se extiende definitivamente entre quienes, como el narrador del cuento Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu, ahogan su rabia cuidando de un acuario. Diría aún más, nada se puede hacer en ningún caso si ni siquiera se es capaz de albergar esa rabia que tan a menudo se echa en falta. Quizás por eso, cuando aflora, aun de esta torcida aunque inocente manera, volviendo añicos algún acuario, tendemos, cómo no, a comprenderla.
2 comentarios:
Ellos no. Sonríen, por fin, creyéndose justificados, porque casi todos "comprenden" al airado y "justifican" el ataque a una "sede". Lo que quiere decir, en su retorcido colmillo argumentativo, que los cócteles contra otras sedes, debían haberse comprendido y justificado del mismo modo. Ya sé que lo que argumentan lo hacen sin lógica: pero hasta ellos mismos deberían darse cuenta de que su lógica es filfa.
Por cierto: en su afán por retratar a los demás, se retratan ellos; nunca habría dicho yo que un bareto es una "sede": pero ya que lo es, se entiende que Marlaska & Co. registren todas las que puedan.
Gracias por escribir. Un fuerte abrazo.
Ayer fueron las elecciones vascas. La evidencia de que allí las cosas no son como debieran es que los sondeos a pie de urna daban una aplastante mayoría al PNV. Esa victoria no fue tal. Es claro que resulta cómodo declararse nacionalista, airear las simpatías por el PRI de turno, y que, en cambio, uno se juega el pellejo diciéndose contrario, aun ante los becarios que recogen anónimamente esa preferencia a la salida de los colegios electorales. No es fácil mejorar esa situación. Está enquistado el miedo. Se premia la prepotencia. Incluso la violenta.
Un abrazo, Paco. Gracias por tu lectura y tus comentarios.
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