Debería haber leído la nota dominical que la
empresa dirigió a los lectores. Me dio pereza. Conclusión: no soy de fiar, no
le doy las mismas oportunidades a todas las argumentaciones —me puede el
instinto—. Aunque quizás no sea para tanto. Últimamente soy capaz hasta de
contenerme admirablemente por mucho que sea el hervor encrespado que a uno le asalte el
pecho. Incluso hace un par de días respiré hondo y relajé casi enseguida la
hipertensión reactiva al comentario de un conocido al que no se le ocurrió
mejor apostilla a los problemas de El País que decir algo así como “este
periódico va a terminar muy mal”. No me revolvió la víscera la predicción
—quizás no le falte razón en ella—, sino la incorporación de un demostrativo
que no indicaba proximidad afectiva sino meramente física, casi despectiva.
Somos cómo nos expresamos y a veces podemos analizar sintácticamente nuestra
crueldad. Si en esa frase se hubiera incluido un “nuestro” (“este periódico
nuestro va a terminar muy mal”) todo hubiera sido mucho más razonable. En el
distanciamiento elegido había, sin embargo, una frialdad forense, la autopsia
de quien despedaza a un extraño con el que nunca lo ha cruzado la vida. “Este
periódico” no era una gacetilla insustancial, ni un tabloide sensacionalista,
ni un libelo de la caverna mediática, ni un diario de Eritrea. Con “este
periódico” aprendimos ciudadanía durante años, esa asignatura finalmente demonizada
por quienes hoy gobiernan el país con el mismo pulso inalterablemente
inmisericorde que parecen compartir los timoneles de El País diario. Y “este
periódico”, además, ha seguido siendo uno de los escasos refugios donde era
posible combatir las inclemencias de una prensa cada vez más escorada hacia el
estribor, el panfleto y la soberbia. Como al resto de la sociedad, también a “este
periódico” lo confundió la embriaguez de un tiempo prolongado de bonanza. Su
semanal llegó a tener un aire casi permanente de catálogo pijo para ricos
recientes. Sus editoriales una corrección de progresismo avergonzado. Sus
directivos, un mentón de escualo. Y sus páginas, sobre las que se cimentó un
pretendido imperio comunicativo, callaron demasiado a menudo sobre la deriva
trilera de un negocio que se olvidó con el tiempo de cuál había sido su origen:
un diario nacido sólo seis meses después de que expirase el dictador, sin pasado
del que arrepentirse y con una esperanzadora voluntad democrática. Todos
podemos cambiar el rumbo de nuestras vidas, el motivo de nuestros afectos, de
ideas y hasta, si me apuran, incluso de religión, pero a lo que nunca
deberíamos renunciar es al reconocimiento de lo que alguna vez nos hizo
mejores: el cariño que sentimos por alguien, la valentía que nos enfrentó a lo
injusto, las páginas de los libros que ubicaron nuestras terminaciones nerviosas, los paisajes
donde fuimos dichosos, el cine que compartimos, la música que nos alimentó los
sueños y también, cómo no, el periódico, nuestro periódico, que llevamos bajo
el brazo desde un lejano día de adolescencia hasta estos turbios tiempos en que
hasta la gratitud amenaza ruina.
2 comentarios:
También "El País" es mi periódico de cabecera. Pero se avecinan "malos tiempos para la lírica", que cantaba el gran Germán Coppini, en las postrimerías de los 80. Me malicio que "El País" está cerca de perder a sumejor columnista, Juanjo Millás, indignado por los recortes de personal a los que la crisis (o, hablando con propiedad, la gran estafa) aboca
Pues parece que lo que aventuraba sobre Millás dista mucho de estar confirmado. No vaya a ser que los Polanco y Crbrián insten alguna querella...
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