Toda convalecencia representa, al menos, memoria de lo sucedido y esperanza en la recuperación. Allí por donde se quebró el hueso, alrededor del órgano enfermo, se pueden trazar algunas de esas líneas que miden la distancia angular del progreso. Ocurre que las verdaderas referencias de la vida, raramente pueden expresarse en grados minutos y segundos. La paradoja es el ecuador y de ahí en adelante, toda la mar es nueva.
Remior, en la cartografía de José Carlos Díaz, es un atolón donde chillan aves totémicas mientras incuban, en grandes nidos de inseguridad, los pájaros que mañana nos van a colonizar. No hay desasosiego, violencia, solo una lenta comprensión de esa realidad terca que es el tiempo; viento que nos moldea en su fijación de surcos y sordera.
"Todo se alcanza al tiempo como un don
que apena si agradeces,
en el que incluso ni siquiera reparas,
pues para entonces tu tiempo lo ocupan
las grietas de los muros,
las quejas de los suelos,
la humedad en rincones y techumbres
y el eco del vacío
que como ánima en pena
golpea las aldabas de tu cuerpo."
Gozar de un espacio que nos ha sido concedido como el fruto de un robo, bala en el pie o deterioro, abunda en esa cualidad atrófica del ensimismamiento. Porque este poemario es el resultado de una constancia terapéutica. ¿No veis el balanceo del calendario al cerrarse la puerta, al tullido recobrar esa móvil tendencia a un lugar mejor, que nos hace tan humanos?
“Constancia de acercarse en las mañanas
un día y otro hasta la playa donde todo comienza,
donde el mundo amanece como si estuviera de viaje
y extrañase tanta belleza de pronto”
José Carlos, en estas páginas de lenta ternura, resuelve, imagen tras imagen, los bocetos de la infancia, los apuntes que situaron, en urgentes servilletas de papel, los puntos cardinales de lo que se fue o pudo haber sido. ¿Quién no, en el dolor de los hijos, en los últimos días de verano, en la nostalgia de una patria diminuta? ¿Quién no espera el milagro?
“Cuando los ojos miran desde el suelo
hasta la hierba más humilde
puede parecer al viento un oleaje
y hasta mi casa,
que en el mapa del mundo
no es más que un átomo de polvo,
podría albergar desde ese alzado escaso
el enorme tamaño de una noche sin sueño."
De haberle conocido antes, le hubiera pedido al fusilero, una bala en el pie con pasaporte a Remior.
Julio OBESO
(Gracias, Julio.)
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