Tomé estas fotos a primera hora de la mañana, con la bruma aún fresca, una luz sucia y el mar muy quieto. Subí el camino desde el que se abarca la playa. Su margen izquierda está pespunteada por traviesas de tren. Son como lápidas levantadas a viajes de extraños. No llevan la inscripción de sus destinos, pero sí la tortuosa cartografía del tiempo en la madera y el color acumulado de la lluvia y las pleamares.
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