sábado, agosto 31, 2013

Emilio Amor / Samuel Stawton

En el marco de las actividades desarrolladas con motivo de XV aniversario de la revista Ágora, y como complemento a la exposición ARTE EN LIBERTAD, el viernes, 30 de agosto, tuvo lugar una lectura poética de Emilio Amor en la Biblioteca Jovellanos. Presenté a mi amigo con estas palabras:

Foto de Juan Garay

Hay hombres que nacen antes de tiempo y tratan, como pueden, de aproximarse al futuro que les estaba señalado. Julio Verne fue uno de ellos y viajó en sus libros a la edad que, de verdad, le pertenecía. Y hay otros que llegan a la vida mucho después de lo que hubiesen deseado. Estos últimos regresan a menudo sobre un rastro imaginario al mundo que perdieron, pero al que no renuncian. Emilio Amor habría dado sus botas de caña alta y su camisa desabrochada a cambio de conducir el automóvil Amilcar en que una chalina con maneras de cobra estranguló a Isadora Duncan, no mucho después, por cierto, de que la diva gritara  “Adieu, mes amis. Je vais à la gloire “.  Y a fe que su frase fue premonitoria. Sucedía aquello en Niza, en 1927.
         No lejos de allí, en Cannes, pero ya en 1965 los periódicos de la época daban la noticia de la muerte Samuel Stauwton, quien habría fallecido en compañía de la Vizcondesa de Neully y después de una vida azarosa.
Stauwton había nacido en Londres en 1898. Estudió en Cambridge. Se trasladó a  París donde conoció a Paul Valery, Cocteau, Proust y Gómez de la Serna. Tras morir su padre y heredar una considerable fortuna, viajó desde Egipto al Lejano Oriente. Con el pseudónimo de Cecil Bishop publicó Cuaderno de Bitácora. Se trasladó a Nueva York, donde queda deslumbrado por el jazz y el cine. Visitó el Oeste Americano, el Caribe y Sudamérica. Al finalizar la II Guerra Mundial vendió su mansión y el negocio de té familiar, recluyéndose en Trieste para recuperarse de una dolencia del pulmón. Comenzó por entonces su irrefrenable decadencia, que lo llevó  a la ruina por casinos y tabernas. En 1964 se casó con la Vizcondesa de Neully. Un año más tarde, Stauwton y su esposa, fueron encontrados muertos, abrazados y desnudos.
         Gracias a las Crónicas de Samuel Stawton conocí a Emilio Amor. Aquel libro, apócrifo o robado, le valió el Premio Cálamo y se publicó en una edición hermosamente ilustrada por Miguel Ángel Bonhome. A partir de entonces, además de amigos, hemos perseguido juntos la verdad sobre Stawton.
         El segundo libro stauwtoniano que Emilio Amor llevó a imprenta fue el titulado Canciones de Amor en los Campos de Marte. Para entonces sabíamos ya que Samuel Stauwton había fingido su muerte, que el cadáver hallado junto a su esposa era el de un amante polaco de ésta y que el escritor inglés vivía en el anonimato en un pueblo del sur de Irlanda, dedicado con pasión a la astronomía, la cartografía y la colombofilia.
         Todas las personas que, como Stawton, han hecho del continuo peregrinaje una forma de vida (Rimbaud, Byron, Stevenson, Gauguin), no hacen sino huir permanentemente: de la familia, de la propia historia, de algún pasado ignominioso o de quién sabe qué desencanto. Siempre tratan de olvidar. Y al no fijar en parte alguna sus raíces, se convierten en refinados impostores, en actores formidables. Y hasta acaban ellos mismos creyéndose la historia inventada de sus vidas. 
         Quizás forme parte de ese teatro lo que se dijo también sobre esos versos del segundo libro firmado por Emilio Amor, las Canciones de Amor en los Campos de Marte, aquello de que eran sólo un brillante ejercicio literario de un joven ucraniano, Cecil Sevchenko, con quien convivió el viejo escritor durante sus últimos años, un aventurero que llegó al puerto de Cork después de que encallase el decrépito carguero en el que viajaba, un marino alto y robusto como la chimenea de un vapor, con cabellos rubios y una estridente risa tabernaria, que gustaba a la mujeres fuertes y a los hombres sensibles.
         Sea como fuere, Stauwton pervive en un montón de poemas sobrecuya autoría no existe una certeza absoluta, que quizá sean en parte suyos y en parte sólo simulaciones, plagios o traducciones recreadas. Y es con esos mimbres con los que se urde también Transgresión del Edén, el tercero de los libros, hasta ahora, que Emilio ha firmado, versionando ciertos textos manuscritos encontrados en el subsuelo de Dublín en octubre de 2001 y que los investigadores han atribuido a un póstumo Stauwton. 
     Esa fijación por el personaje de Stauwton, un tipo mundano, culto, amante canalla y poeta maldito, es la que me lleva a creer que Emilio Amor hubiera deseado encarnar a un hombre así, en una época como aquella. La heteronimia puede ser para tales pruritos un eficaz atajo. Dado, por tanto, que Emilio Amor no tuvo la fortuna deseada con su fecha de nacimiento, les aproximaré en un esbozo biográfico los datos reales de nuestro protagonista de hoy: Emilio Amor, pintor, escultor y poeta, nació en Gijón en 1955. En los años 70 actuó en los grupos de teatro La Máscara, La Caterva y Margen. Cofunda el Gruva, grupo de arte vanguardista, en 1981, con el que colaboró en Una Cantata Celeste, elaborando la obra sonora Cuaderno de Bitácora. En 1983 es uno de los organizadores de Arte en la calle. En 1999 gana el premio Cálamo de poesía erótica con el libro Crónicas de Samuel Stauwton. Pasa entonces a formar parte del Grupo Cálamo,  dirigiendo, además, la sección Ágora Libertina de la revista Ágora, que publica la Sociedad Cultural Gesto. En ese rincón de la revista le ha dedicado espacio a Apollinaire, a Lautréamont, a Alfred Jarry, a Cocteau, a Anais Nin, a Georges Bataille, a Rimbaud, a Germain Nouveau, a Baudelaire, a Max Jacob, a René Char, al Divino Marqués, a Cravan, Shelley, a Dylan Thomas, o a Artaud. Toda una nómina, como pueden observar, de románticos, libertinos y vanguardistas. A partir de 2005, colabora con la Alianza Francesa en la celebración de la Primavera de los Poetas y pronuncia algunas conferencias sobre Rimbaud, René Char y el Surrealismo. Ha publicado:

Cuaderno de Bitácora, 1981 (en formato audio).
Crónicas de Samuel Stauwton, 1999. XIII Premio Cálamo de Poesía Erótica (Cuadernos Cálamo Gesto)
Canciones de Amor en los Campos de Marte, 2002 (Cuadernos del Bandolero)
Transgresión del Edén, 2008 (Cuadernos del Bandolero)

Ha participado también en los libros colectivos:

Gijón, reflejos de ciudad, 2005 (Editorial Grupo Norte)
Cimavilla, de recuerdos, pasiones y canallas, 2007 (Editorial Grupo Norte)

Próximamente aparecerán dos nuevos poemarios suyos: El mar y los laberintos y Encaje de mar.
         La poesía de Emilio resulta siempre torrencial. Como de aluvión. Da siempre la impresión de estar escrita en días inspirados. Por eso, quizás, sus versos produzcan cierta hipnosis en el lector, que se traslada a su través a un buen número de escenarios surreales, coloristas, refinados, marinos, lejanos. Son versos plagados de  imágenes apabullantes, de cadencias propias de quien piensa la vida en verso, de quien siempre lleva en la memoria geografías emblemáticas, escritores fetiche y pintores que se relacionan con ese mundo creativo que le resulta tan querido al autor: el de las vanguardias y el del romanticismo exótico y aventurero.
           Su poesía nunca tiembla, es firme aun en el empleo del recurso literario más audaz. Está escrita con naturalidad, con aplomo. Aprovecha el talento del autor, su confianza en la evocación visual, en la sonoridad, en  el poso que arrastran las muchas lecturas y los cientos de cuadros que lleva impresos en la retina. 
             Pero mucho mejor que yo, el propio Emilio Amor describe cómo es para él la poesía y cómo nacen sus poemas. Lo hace en unos versos de su próximo libro Encaje de mar. Esa poética que está a punto de publicarse dice así:

Nunca se sabe qué nos deparará un nuevo poema.
Se parte del hallazgo y la sorpresa:
los primeros versos son los únicos
dictados por los dioses.
Y luego,
a través de los caminos cruzados de los sueños,
siempre se llega a un puerto desconocido.
Hay poemas redondos y asimétricos, nunca espirales,
pueden ser un aullido de dolor o un canto a la alegría,
el himno de una hazaña o una alucinación;
pero, desde luego, todo poema lleva inscritos
los miedos y las inquietudes del poeta.

Les dejo con Samuel Stauwton, Con Cecil Bishop, con Cecil Sevchenko, con Emile L´Amour, con Emilio Amor… En fin, con el autor y sus máscaras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Que es peor que ser un poeta maldito?. Que te ninguneen los de tu grupo literario en tu propia ciudad.

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Ya sabes que nunca se es p(r)o(f)eta en la propia tierra. Eso dicen. En cualquier caso, que les den... Y a escribir.
Un abrazo.