viernes, julio 22, 2016

Jardines


Hoy has sabido de ébanos tan sólidos que si se arrojan a las corrientes se hunden hasta el  fondo. También te han hablado de secuoyas a las que el fuego es incapaz de hincarle sus llamas y sobre cuyo lomo blando has puesto la caricia de tus manos, de bambúes tan resistentes como el acero, con los que pueden construirse puentes, andamios y hasta edificios de varios pisos. De hojas que son como el terciopelo, de arbustos que al tacto se vuelven humo y de plantas sobre las que el agua parece mercurio. Hemos paseado largo y sin prisa por estos jardines que plantó el capricho de un hacendado al borde del mar. Una vasta extensión de naturalezas traídas de todos los continentes. Con savia reciente o sangre tan vieja como la de un algarrobo valenciano de más de mil años, un castaño de Naraval con seis siglos de corteza o un olivo toledano que fue testigo de la expulsión de los judíos. Con bellas ruinas salpicando de piedra y forja la fronda: columnas dacias del siglo I traídas de Rumanía, bronces dickensianos, fantásticas acróteras, relojes de sol, escudos de nobles rurales, faunos, vírgenes, fuentes y campanarios rescatados de la incuria. Hemos recorrido umbrías trochas que llevan el nombre de su linde: palmitos, abedules, rododendros. Estaban en nuestra visita florecidas las miles y miles de hortensias. Volveremos cuando exploten las camelias y las azaleas.
            Rendidos por la caminata, nos tendemos sobre la arena fina y oscura de Frexulfe. La tarde está bochornosa. De vez en cuando ensaya una llovizna que no cuaja en nada. Hay un silencio apabullante de olas. A lo lejos, sobre la acuarela imprecisa, el faro de Ortigueira luce como un acrílico blanco.

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