lunes, julio 11, 2011

Postquines

Esto que en los blogs se llaman posts, cuando de revolverse contra algo se trata, muy bien podrían llamarse postquines. El neologismo propuesto sería así una palabra centáuride, mitad mujer aguerrida bregando contra el mal (“pasquín”), mitad yegua en galope por el campo de pantalla (“post”).
El término pasquín es un epónimo. La historia, en resumen, es la siguiente. Tiene que ver con una estatua romana en la que solían colgarse escritos rebeldes, satíricos, críticos contra el poder. Protestas anónimas que se le prendían a esta escultura del siglo II a. C., encontrada en las excavaciones de la Piazza Navona y que al no presentar unas buenas condiciones de conservación —si así hubiera sido, hubiese constituido botín papal— fue finalmente ubicada en un cruce de calles donde aún hoy puede verse. Los vecinos del lugar comentaban que aquel mármol mutilado se parecía a un barbero charlatán y mordaz del barrio que se llamaba Paschino. El caso es que se le empezaron a colgar, por la noche y a escondidas, pequeños escritos de protesta contra el poder que fueron enseguida denominados “pasquines”. Uno de los más famosos se escribió en el siglo XVII, cuando el Papa Urbano VIII, de la familia Barberini, encargó a Bernini la forja del baldaquino de San Pedro. Para completar la obra, el papa ordenó arrancar y fundir el bronce del artesonado del Panteón. Hubo romanos de buen juicio a lo que aquello les pareció un condenable expolio. De entre los indignados ciudadanos, hubo uno que escribió lo de: Quod no fecerunt barbari, fecerunt Barberini. El Panteón que había resistido incluso las invasiones germánicas, había sido finalmente mutilado por el Vaticano.
A esos pasquines rebeldes, se les daba muchas veces réplica en otra estatua, el Marforio. Esas entradas y contraentradas iban abrigando la musculatura de lo esculpido en un diálogo del que hoy sólo permanece útil y en uso, más como curiosidad que como recurso, el propio Pasquino. A Marforio, sin embargo, se lo han llevado a los museos capitolinos. Luce pulcro en un patio renacentista sobre el que cae al atardecer un sol oblicuo que realza su anatomía poderosa. Mientras que la mutilada estatua hallada en Navona sigue en la calle, acupuntada por las quejas del pueblo, a la que fuera contrarréplica se le han recompensado los servicios con un retiro oficial y prestigioso.

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