Después de comer oriento mi sillón hacia el sol, que entra franco a través de las ventanas, y, como decía Álvaro Valverde en un hermoso poema, “me leo a mi mismo en estos versos”:
Sol de noviembre
En esa luz caliente
que difícilmente salva
los tejados de mi barrio
a esta altura del año,
pero que aún muere en brillo
en los suelos del salón
como un fuego extinguido,
se adivina por pecio
todo un rastro de inextinguible estío.
Así fue hasta media tarde. Luego hizo un frío del carajo.
Sol de noviembre
En esa luz caliente
que difícilmente salva
los tejados de mi barrio
a esta altura del año,
pero que aún muere en brillo
en los suelos del salón
como un fuego extinguido,
se adivina por pecio
todo un rastro de inextinguible estío.
Así fue hasta media tarde. Luego hizo un frío del carajo.
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