Pequeñas miserias cotidianas. Cuando ciertamente son pequeñas, hacen la puñeta al modo de las moscas en verano. Se posan sobre la ceja, en la nariz, en el brazo quieto. Se las espanta pero vuelven. Reinciden con una persistencia que en verdad puede llegar a ser irritante. Pero no debe cederse a la tentación de emprenderla a bofetadas con unas simples moscas. No hay mejor defensa que el moderado desahogo discursivo, el agitarse como cola de vaca y el seguir, muy digno, con lo que uno está, sin ponernos nunca a la altura de las moscas, mucho menos si fueran éstas cojoneras.
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