Durante un verano de hace ya años viajé a Venecia. Cuando allí vayáis no os demoréis en San Marcos por mucho tiempo. Comprad mejor una postal que le haga justicia a la plaza y que vuestros pasos os lleven enseguida a lugares menos concurridos. Porque Venecia está escondida en tránsitos sin salida, en canales de aguas sucias y quietas por donde nunca se aventuran ni góndolas ni turistas, en muros ocres raídos por los atardeceres y el orín. Perdido en esos rincones húmedos, que son como las llagas ocultas de un rey leproso, comprendí que algunas de mis añoradas calles de Cimadevilla bien pudieran haber sido un digno barrio de la propia Venecia.
3 comentarios:
Como prueba de que dejamos de poseer nuestras palabras una vez que las compartimos, igual que tenemos muy poco dominio sobre sus efectos después de darlas a la luz, lo que más me llamó la atención de esta entrada fue la referencia a la añoranza de algo que no se ha perdido físicamente.
Porque, evidentemente, aún puedes pasear por esas calles, pero ya nada es lo mismo... Seguro que en los charcos de hoy se reflejan los mismos cielos grises de antes y que hay esquinas que recuerdan besos sin rutina. Pero son eso, reflejos, recuerdos. Humo.
El tiempo, su paso inclemente y todo lo que vamos perdiendo por el camino son temas demasiado manidos, lugares comunes, pero su inevitabilidad es lo que nos hace ser juzgados con indulgencia cuando hablamos de ellos como si fueran algo único.
Todo se reduce a una cuestión de medida (o de talento, si hubiere).
K
Quizás deba explicar cómo han ido surgiendo estos breves textos dedicados a Cimadevilla. El libro, como ya se dijo, se construye en torno a un barrio y a unas fotografías de ese barrio tomadas por Juan Garay. La letra impresa corresponde a tres autores: J. Ignacio González, Emilio Amor y yo mismo. Cada uno ha elegido un tratamiento distinto: los bares, la gente -sobre todo la canalla- y el retorno. Este último me corresponde. Alguien regresa a su barrio mucho tiempo después y recuerda (no sé si con talento o no, Vd. dirá).
"Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas"
Juan Ramón Jiménez.
Hace unos meses, después de años lejos, tuve que estar una tarde y una noche en soledad ahí y, claro, las pasé en Cimadevilla.
No fue una experiencia agradable. Se pareció a una espera nocturna e invernal, inacabable, en una de aquellas antiguas estaciones de tren. Algo se me reveló como muerto para siempre. Eran calles que sólo se parecían a las de mi juventud pero nada más. Por otro lado, y con dolor, descubrí que ya eramos tierra conquistada.
No voy a extenderme más en mis sentimientos pero aclaro que por eso fue que la palabra añoranza fue la que más me llegó aunque en su texto tuviera un lugar relativamente secundario (quizás, uno nunca puede asegurarlo de una idea ajena).
Por experiencias así ha pasado absolutamente todo el mundo. Por eso me exijo mesura ya que no ofrezco brillantez.
De Vd. no soy nadie para hablar. Y menos en su casa.
Un saludo.
K.
(y a ver si nos apeamos el tratamiento)
Publicar un comentario