Después de consultar con su pediatra, decidimos buscar un dentista infantil para nuestro hijo. Nos recomendaron una doctora cuya consulta se halla próxima al parque. Allí acudimos por primera vez hace casi un mes. En aquella primera cita, después de reconocerlo, nos llamó a su despacho y nos informó de cuál debería ser, en caso de que aprobáramos su diagnóstico, el plan de ataque para enmendar el avieso crecimiento de los dientes en nuestro pequeño, para modificar el ancho de su paladar. La explicación fue prolija, detalladísima. Y, contrariamente a lo que pudiera pensarse, lo más hipnotizante de cuanto nos iba desgranando no tenía que ver con la salud bucodental del crío, sino con cómo se nos narraba, con la modulación y estructura del discurso de la dentista. Era como asistir al monólogo de un actor profesional, y además argentino. Los primeros psicoanalistas de Buenos Aires nos convencieron de la necesidad de la ortodoncia freudiana. Ahora nos rendimos a la persuasión de sus odontólogos. El secreto, entonces como ahora, siempre estuvo en su habilidad para acariciarnos los oídos, nuestra más sensible zona erógena.
2 comentarios:
Añadiría a ella, la mirada: Los ojos.
Mire que leerle, ahhh ... leerle es estimulante (sobre todo cuando le da por describir pasarelas o cuando egoístamente se come su pan solito)
Jojo
(muy respetoso el comentario ¿ah?)
R.
ou...
agregar la u ociosa.
"respetuoso"
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